08 Necesito un empleo

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∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

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L O H A N E

Me detuve frente a la cafetería, mis ojos se perdieron tras el gran ventanal que la separaba de la calle. Tres repisas giratorias mostraban una variedad de pasteles, cada uno más apetitoso que el anterior.

Sin embargo, yo no venía por dulces. Venía a buscar pan... ¿Pan? ¡¿Pero qué tipo de pan?! Papá me va a matar.

Acerqué mi rostro un poco más al vidrio, entrecerrando los ojos para intentar distinguir los diferentes panes en el mostrador. Vi baguettes, bollos, pan de maíz... Estaba tan concentrada que me sobresalté cuando un fuerte empujón me lanzó hacia adelante, haciendo que mi cara se estampara contra el cristal con un sonoro golpe. El ventanal tembló, y mi rostro quedó aplastado contra el frío vidrio, distorsionado como en una caricatura grotesca. Desde el otro lado, un niño que desayunaba miraba mi cara deformada con horror; su reacción fue inmediata: soltó un grito ahogado, saltando de su asiento como si hubiera visto a un monstruo. Creo que le causé un severo trauma a ese pobre niño. Sé que la imagen de mi cara derretida perdurará en su memoria por el resto de su vida.

Con el rostro pegado al cristal, intenté recomponerme y retroceder, sintiendo el calor en mis mejillas mientras el pequeño comenzaba a sollozar.

—¡Carajo! ¡Dios! ¡Lo siento! —exclamó el chico detrás de mí, conteniendo mis hombros con sus manos para ayudarme a retroceder. Su toque fue torpe, pero al menos me brindó estabilidad.

Me giré lentamente, quitando una de sus manos de mi hombro. Al principio, mis ojos sólo distinguieron la forma de su figura, pero pronto mis sospechas se confirmaron. Contemplé su rostro con los ojos entornados. Era Edmond Dechart, de apellido edificio con piernas.

—Tú... —mascullé. De inmediato apreté los dientes, sintiendo la tensión subir por mis brazos hasta los puños, que ya se cerraban con una fuerza involuntaria.

Él me miraba, con sus ojos abiertos de par en par. En su expresión se evidenciaba una mezcla de sorpresa y miedo que lo había paralizado por unos segundos. Finalmente, abrió la boca para hablar.

—Hey... Lohane. —Su sonrisa nerviosa solo empeoró las cosas—. ¿Todo bien? —Estaba claro que intentaba desviar la situación con su ridícula amabilidad.

Las cajas que Edmond llevaba entre sus brazos ahora estaban en el piso, pero él no le dio ni el menor interés. «Ojalá lo despidan», pensé.

De repente, un ligero ardor recorrió mi nariz. Algo caliente descendía desde mis fosas nasales, y antes de que pudiera procesarlo, me pasé la mano por la cara. El color rojo intenso manchaba mi dorso. Genial. Sangre. Por un segundo, el sabor metálico en mis labios me hizo fruncir el ceño. Me señalé la nariz ensangrentada con el dedo índice y levanté la vista, clavando mis ojos en los de Edmond, quien parecía no saber qué hacer. Mi mirada lo decía todo: «¿Viste lo que hiciste?».

Adiós, extraño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora