33 Siempre estuve aquí

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∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

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Cada brizna de hierba ondeaba suavemente al compás de la brisa, mientras el aire tibio acariciaba mi piel con delicadeza. Mis pies descalzos se hundían en la tierra húmeda y suave, dejando una estela de huellas diminutas. A mi lado, papá, con su figura robusta y su rostro curtido por el sol. Sostenía su caña de pescar, con la mirada fija en las aguas cristalinas del lago.

En las últimas semanas me dediqué a revivir todas aquellas simples cosas que no me había permitido disfrutar en la adolescencia. La tristeza me había incapacitado la emoción de un nuevo amanecer, de una mojarra alzándose junto a mi anzuelo, y principalmente, de apreciar el tiempo en familia.

El lago se extendía ante nosotros como un espejo líquido, reflejando el cielo despejado y los verdes exuberantes de la vegetación que lo rodeaba. Las piedras salpicaban la orilla del lago. Me senté sobre una de ellas, dejando que su frescura penetrase en mi piel mientras observaba a mi papá con un poco de admiración.

La punta de la caña apenas se movía, los peces eran muy pequeños como para engancharse al anzuelo.

—¿Puedo hablar? —susurré.

Los ojos de papá se deslizaron hasta dar con mi silueta. Era de las escasas veces en las que se pudo evidenciar cómo es que las patas de gallo se le acentuaban en los extremos de sus ojos al sonreír. Estaba viejo. Papá ya no estaba en sus treinta. ¿Cómo es posible que hubiera pasado tanto tiempo sin notar esas arrugas?

Él asintió suavemente con la cabeza.

Papá no solía dejar que hablase mientras él pescaba, alegaba que espantaría a los pescados y que por mi culpa nos quedaríamos sin el almuerzo.

—¿Quieres que saque un par de mojarras para tu carnada? —le pregunté, levantándome de la orilla y caminando hacia la silla reclinable en la que él estaba sentado.

—Uso maíz. Veré qué tal —contestó con calma. Preparaba la carnada con manos hábiles y precisas. Sus dedos rugosos manipulaban el anzuelo con cuidado.

Luego de lanzar el anzuelo se quedó en silencio por un largo instante.

Mi papá se acomodó, preparándose para compartir otra de sus anécdotas mientras metía un palillo de escarbadientes entre sus muelas postizas.

—Hubo una vez, en una mañana como hoy, que pescaba en este mismo lago con tu abuelo —comenzó, con una chispa traviesa en los ojos—. Estábamos tan concentrados en atrapar un buen pez que no notamos que un grupo de patos se nos había acercado sigilosamente.

Samuel, nuestro querido scout, se resguardaba del insoportable sol bajo el ala de su gorra. Sus ojos centelleaban con curiosidad mientras escuchaba atentamente la historia que mi papá tenía para contar.

—De repente, ¡uno de los patos decidió que nuestro maíz parecía mucho más apetitoso que lo que podía encontrar en el agua! —explicó, haciendo gestos exagerados con su mano libre—. ¡Y antes de que pudiéramos reaccionar, el pato se abalanzó sobre el anzuelo de tu abuelo y lo jaló con tanta fuerza que se cayó de la banqueta!

Adiós, extraño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora