28 ESCENA +18

303 43 56
                                    

∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

L O H A N E

Mi cuerpo se sentía débil, totalmente vulnerable bajo sus manos. Quería que me destruyera, que me hiciera añicos como a un pequeño retazo de tiza. Que lo haga, que me haga mierda hasta dejarme hecha polvo.

Soltó mi nuca y envolvió su mano con mi cabello suelto, dándole vueltas hasta amarrarlo. Tiró de la coleta, dejándome con los labios entreabiertos y con una inmensa necesidad de que no se detuviera.

Desconocía el carácter de su intimidad, era algo que Edmond tenía bastante reservado. Enigmático, provocador y muy desinhibido; adjetivos que no imaginaba ligarlos a él, a Edmond Dechart.

Sus besos descendieron por mi comisura, delinearon mi mandíbula y continuó arrastrando sus besos por mi cuello. Era pausado, húmedo, deteniéndose en cada fracción de mi piel como si todo el tiempo del mundo estuviera bajo su control. Me disfrutaba como yo lo disfrutaba a él. Su respiración acariciaba los minúsculos vellos del lateral de mi cuello.

Nuestra intimidad no fue como escuchar una canción llena de insinuaciones, con bajos fuertes y letras pegadizas que te incitaban a coger hasta la muerte, más bien era como... una canción triste, una que representaba la oscuridad, lenta y llena de emociones. Edmond era mi Mr. Rattlebone de Matt Maeson.

Mis caderas comenzaron a moverse de adelante hacia atrás, siendo guiadas por la firmeza de su zurda. Mis shorts se frotaban con su pijama, y mientras me movía con más fuerza y persistencia, más presencia cobraba la calentura del castaño. Cuando volví a frotarme hacia adelante, el punto exacto de mi entrepierna chocó contra el creciente bulto debajo mío. Fue una electricidad que me hizo apretar hasta los dedos de los pies. Me dolieron hasta las muelas de tanto prensar los dientes.

—Pídeme que me detenga —murmuró sobre mi piel.

Me soltó el cabello, únicamente para tomar del borde de mi camiseta y jalarla hacia abajo hasta dejar mis clavículas al descubierto. Acercó su boca y lamió el hueco que formaban mis huesos, como si bebiera vino vertido en ellas. Soltó mis caderas y envolvió su brazo por mi cintura, sin soltar mi camiseta con su otra mano. Dio un largo respiro contra mi hombro y aprensó mi cuerpo al suyo hasta que los centímetros que nos separaban se fundieran en nuestra urgencia. Mis brazos quedaron atrapados sobre mi pecho, presionando con el suyo.

No te detengas. No lo hagas.

Su mano subió por mi espalda baja hasta rodear mi torso con el brazo, me sujetó con fuerza y alzó mi cuerpo. Rápidamente, y sin dejar de estrecharme contra su pecho, nos dio vuelta en la cama, dejándome debajo de él y con mis piernas rodeándole las caderas. Sus brazos se sostenían con ambas manos hincadas sobre el colchón, a los costados de mis hombros. No pude evitar cubrirme la boca con ambas manos, evitando que se me escapara un desprevenido jadeo. Mis ojos estaban abiertos de par en par, llenos de un éxtasis que nunca antes había experimentado. Me temblaban las piernas sin aún tenerlo dentro y mi pulso iba como el galope de un caballo.

Adiós, extraño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora