11. Capítulo XI: Maldad

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Un parpadeo es la manera en la que se podría catalogar el viaje de Joshua y el capitán de vuelta al pasado. Ninguno de los dos sufrió consecuencias, despertaron casi al mismo tiempo, sin el menor ápice de molestia. Se quitaron las correas de seguridad e invitó a Edmundo al salón para beber algo. Luego de unos minutos en los que ambos sabían qué debían hacer, o por lo menos, tenían la vaga idea de lo que el otro haría.

El capitán comprendía que la salvación de sus padres era una paradoja. No se necesitaba mucha meditación al respecto para entenderlo. Joshua, también era consciente del contrasentido que significaba librarlos de aquel destino cruel. Ninguno de los dos hacía referencia a ese problema. Solo bebían ron, menaban el licor en círculos o giraban el vaso sobre la mesa. Ambos pensaban, se analizaban, con cada sorbo parecían mover una ficha más en la partida de ajedrez que de forma individual libraban en sus mentes, un juego que, de alguna manera, compartían.

Joshua levantó su muñeca y vio la hora. Se acercaba el momento en que sus padres pasarían a mejor vida, o peor, dependiendo la perspectiva. Le hizo saber al capitán que se acercaba la ocasión y este sonrió, se levantó de su silla y dejó el vaso sobre la mesa.

—¿Cómo piensas lograrlo, hijo? —preguntó Edmundo ya en la zona de armería.

—Llevo mucho tiempo pensándolo... sé qué hacer. —dijo con confianza—. Antes que nada, usa esto, no queremos problemas con la continuidad. —le entregó un reloj.

—Muy bien.

Ambos se colocaron sus mascarillas, conectaron sus auriculares para mantenerse en contacto y los dispositivos pitaron una vez se ajustaron a sus muñecas. De ellos se empezó a formar una capa delgada que los recubrió en cuestión de segundos. Un velo que los protegería del tiempo mismo. Antes de salir, Edmundo abrió un compartimento en una de las paredes.

—Necesitarás esto, hijo. —le dijo mientras le pasaba un morral con sus antiguas armas.

Joshua lo miró confundido. Primero, por aquella esclusa en la pared. La nave era su diseño, lo conocía de punta a punta, ahora qué otro secreto podría existir dentro de ella. Segundo, debido a que le haya devuelto su pasado armamento.

Él le agradeció y disimuló su extrañeza, dirigiendo el tema a la salvación de sus progenitores.

Salieron de la nave y se introdujeron a la vasta espesura del aire contaminado. La negrura se estampaba de lleno en sus caras, rebotaba en las gafas del capitán y friccionaba, de manera leve, el andar de ambos.

Se detuvieron en unos matorrales, Joshua ocultaba su nerviosismo. Al fin estaba frente a sus ojos la oportunidad de cambiar el trascurso de su vida. Aun con el ambiente ennegrecido podía observar el caminar de sus padres con su yo de quince años y tras de ellos, el guardia que lo salvó aquella tarde.

El capitán empezó a mover sus manos en el aire, cualquier persona podía pensar que se trataba de un loco, pero en realidad desplazaba de un lado a otro hologramas que sus gafas emitían para él. Detectando la tecnología cercana, los relojes, armas y auriculares del grupo delante de ellos. Luego de unos segundos conectó su auricular y el de Joshua al de la familia, dejando escuchar su charla.

—Hijo, acompaña a Romero un momento. Tengo que hablar con tu madre. —ordenó el padre.

El guardia miró al joven y este asintió, se alejaron a revisar el perímetro. Ambos redirigieron el canal de comunicaciones para conversar.

—Leandro, amor, ya lo hablamos. No podemos ocultarle la verdad. Si en algún futuro llega a suceder algo, irá sin dudar a ese lugar... es un infierno, sabes por todo lo que pasé.

—Por eso hemos apartado nuestras alianzas con ellos en este territorio. Ya no estamos en contacto. Aunque seguimos en deuda...

—¿Deuda? No debemos nada. Y mucho menos a esa gente.

La Aventura que Nunca Viví | [Novela]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora