Cueva de perlas

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— ¿Y esa?

— No.

— ¿Qué tal aquella?

— No.

— Sera la de allá... ¡Sí, esa es!

— De ninguna manera.

Las piernas de Nostradamus se sacudieron, reflejando su impaciencia en lo que Odín rápidamente agarro su pantorrilla antes de que pudiera caerse.

— ¿Entonces cual compraste?

El hombre tuerto lo mira fijamente medio minuto, para finalmente hablar.

— No te compre ninguna estrella de la galaxia, para que sepas.

— Obvio que no iba a ser para mí— La sonrisa de Nostradamus es entre ofendida y graciosa porque el adulto haya supuesto eso, casi riéndose, enderezándose de nuevo para evitar caer— Hablaba de cuando tuviste suficiente influencia y dinero para comprar una estrella con tu nombre, mi Venerable Odín.

— Me crees capaz de hacer algo sin sentido.

Su respuesta fue seca e indiferente, volviéndose a beber su exquisito hidromiel, que en términos modernos seria pyment a base de uvas, no era mejor que el original, pero sí era lo suficientemente bueno para beber.

Nostradamus espera que le cuente la historia del hermoso manto de estrellas sobre sus cabezas en esta preciosa noche despejada. ¡Justo esta noche, que logró convencer a este viejo aburrido de subir al techo juntos!

Pero Odín no estaba cooperando, debe pensar que estar en el mismo lugar que Nostradamus por más de dos minutos ya es bastante sacrificio.

— Entonces, si no tienes ninguna estrella a tu nombre, ¿Por qué no compramos una?

— Habla por ti.

— ¿Y quién pondrá el dinero?

— No me interesa invertir en tal idiotez.

— Vamos, es una gran inversión— El niño agarro el brazo que no sostenía la taza para jalarlo y obligarlo a mirar hacia arriba, donde las estrellas iluminaban el panorama— Piensa que cuando te mueras, deberé ver las estrellas para pensar en ti.

— Cuando muera, uuh.

— O cuando te deje, lo que pase primero.

Los comentarios de Nostradamus son tan crudamente directos que golpean más duro que un picador de hielo, pero a Odín apenas le hacía cosquillas. Quizás por eso, podían mantener una conversación más tiempo que con cualquier otra persona.

Por la siguiente hora, Nostradamus habla sobre la novedad que es comprar estrellas y ponerles nombre, no importa si es una estafa o si son cursilerías de alguna película que vio, lo comenta con alegría, curioso por las muecas de Odín.

Durante ese tiempo, Nostradamus se ha comido media bolsa de nueces y frutos secos. Si bien no le gustaba particularmente el sabor, adoraba jugar con la paciencia del venerable para ver cuánto aguantaba sin quejarse por su exagerado masticar.

— Deja de morder.

Duro cinco minutos con diez segundos. ¡Récord!

— ¡Ay, no! Me atraganto...

— Ojalá lo hicieras, así no te escucharía.

— ¡Cuanta maldad!

El rubio escupió una diminuta nuez lo más lejos que pudo, pero la gravedad mando a esa nuez a caer lenta y patéticamente entre los tablones del techo hasta alcanzar la cañería abierta. Uuh, una pequeña obstrucción no haría daño a nadie.

No le creas a tus hijos cuando digan que soy demasiado joven para ti (NostraDin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora