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Aún quedaban un par de semanas para empezar las clases, con lo cual el círculo social de Martin estaba reducido a Ruslana. Ambos se habían mudado a Madrid por primera vez de modo que no conocían a nadie, pero eso les había servido como incentivo para profundizar en su amistad. Habían hecho todo tipo de planes a lo largo de la semana desde visitar el centro de Madrid en más de una ocasión, visitar un par de museos y conocer la zona en la que vivían.

El vasco seguía estresándose exageradamente cuando le tocaba coger solo el trasporte público, especialmente el metro pues nada tenía que ver con el de Bilbo al que estaba acostumbrado. Además las marabuntas de gente que se acumulaban dentro de los pequeños vagones le asfixiaban, hasta tal punto que si podía darse un paseo largo a evitar el metro en hora punta lo hacía más que encantado. Pero esta vez no había podido escaquearse, pues cuando le comentó a la pelirroja que prefería ir andando esta le puso una cara de muy pocos amigos y señaló el calzado que llevaba. Acto y seguido lo miró con cara de cachorrito abandonado y Martin no había podido negarse ante su petición de coger el metro.

Ese día había ido con Ruslana de compras, ambos descubrieron su pasión por las tiendas de segunda mano así que pronto habían planeado la salida y ahora volvían los dos contentos con sus nuevas adquisiciones al piso.
Martin no había podido evitarlo, se había quedado prendido de una chaqueta de chándal con tonalidades verdes y azules que sería de un par de tallas más grandes que la suya, pero eso no había sido todo. Había acompañado su nuevo outfit con unos pantalones vaqueros anchos de esos que tanto le gustaban y que sabía que le quedaban especialmente bien y un par de camisas de distintos colores.

                             
                                  * * *

En el piso de abajo un Juanjo cansado por el viaje entró a su habitación y dejó la maleta sobre la mesa. Ya la abriría en otro momento.
Tras sentarse en su cama y observar la habitación sonrió, llevaba dos meses fuera pero todo el piso seguía igual, incluso olía igual. Si bien se había pasado el verano en Magallón, entrar de nuevo aquí se sentía como llegar a casa después de un viaje.

Sus compañeros de piso habían llegado la semana pasada pese a que ninguno de ellos había empezado aún las clases, pero los tres tenían unas ganas locas de verse de nuevo. Al fin y al cabo eran como familia, pero eso Juanjo no lo iba a admitir frente a ellos, por supuesto.

Sacó el móvil de su bolsillo y escribió por el grupo del piso:

¿Dónde estáis perras?

Anda que dos meses sin verme y no tengo ni recibimiento ni hostias

Esperó un par de minutos mirando la pantalla pero ninguno de los dos respondió al mensaje. Resopló indignado y decidió salir a la terraza a fumarse un cigarrillo, pero justo cuando estaba por salir, la llave de la puerta de entrada al piso sonó y salió disparado hacia allí.

Álvaro y Bea no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que el maño se echase sobre sus brazos gritando por la emoción, pero enseguida se unieron a su euforia y estuvieron un largo rato abrazándose mientras daban saltitos y girando en circulos sobre sí mismos.

— Anda que avisar de que llegabas más pronto eh — soltó Bea sacarcásticamente pero con una sonrisa mientras le daba un ligero empujón a Juanjo.

—Eso ya te vale. Nosotros que habíamos ido a tomarnos unas cervezas...— empezó a decir el sevillano con un tono jocoso, pero Juanjo no le dejó terminar.

—¿Os habéis ido a tomar algo sin esperarme? ¡¿Pero qué es esto?!— Juanjo era consciente de que en ocasiones era un poco dramático, pero en esta precisamente su enfado estaba totalmente justificado. Empezó a farfullar un par de cosas más sobre el poco respeto que le habían tenido y la poca decencia al restregarselo cuando vio que ambos amigos estaban luchando por aguantarse la risa. —¿Qué coño os pasa a vosotros dos? ¿Ya vais borrachos o que?

Esas palabras terminaron de desatar las carcajadas de ambos y abrieron las mochilas que llevaban colgadas a la espalda para enseñarle el contenido a Juanjo. Este al verlo se emocionó y les volvió a abrazar de nuevo.

—Anda que sois hijos de puta, eh.

—Y tú un dramático, es tan divertido ver cómo te enfadas por tonterías que no lo hemos podido evitar. Llevábamos planeándolo desde que hemos visto el mensaje. — contestó el sevillano aún sin poder contener su risa.

Juanjo rodó los ojos. Así eran sus amigos, llevaba dos años compartiendo piso y sinceramente no sabía que habría hecho en Madrid sin ellos. Los tres eran tan diferentes entre ellos y al mismo tiempo tan similares que había veces que se seguía sorprendiendo. Pero sin duda, el humor era lo que le había cautivado de Álvaro y Bea desde el primer momento, los tres se solían entender a la perfección, pese a pequeños rifirrafes que surgían de la convivencia.

Juanjo les señaló a sus amigos con la cabeza la terraza y estos asintieron llevándose un par de litros. El maño cogió el resto, junto a las pizzas que habían comprado y se las llevó a la cocina para ponerlas en la nevera. Cogió el abridor y se dirigió a su sitio de siempre en la mesa de la terraza donde le esperaban sus amigos disfrutando del solecito.

—Bueno largar perras, quiero enterarme de todos los salseos del verano. Ya estáis tardando— dijo Álvaro mirando a ambos con cara de intriga.

Y así fue como se pusieron al día. Todos tenían muchas cosas que contar y en seguida se les hizo de noche. Menos mal que Álvaro y Bea habían pensado en todo y habían venido bien provistos de cerveza y pizzas. Juanjo sintió como si el tiempo no hubiese trascurrido entre ellos pese a todas las novedades sabía que con ellos siempre podía ser él mismo.

Dale Miénteme - JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora