4, Tiempos de paz.

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IV

Tiempos de paz.

Los primeros días en el castillo le fueron abrumadores. No por desconocerlo, sino mas bien por estar por primera vez del otro lado. Aun sin ser parte de la realeza, la servidumbre la trataba bien, ellos conocían a sus padres, y la trágica muerte hicieron ver a la niña con cierta lastima.

Muchas veces la alentaban a mostrarse. Con nueve años, demostraba ser una niña linda, y muchos ahí estaban seguros que en un par mas iba a conquistar el corazón de un caballero. Esperaban que ese hombre fuera Lancelot, el favorito del rey, y así ella tendría la vida resuelta.

No fue un caballero que la introdujo a la vida de princesa, sino Morgana, la hermana del Rey Arturo. La mujer se encargo de que Arabella se sintiera cómoda, y que se despegara de las tareas de la servidumbre, al menos de las que tenia mas que ver con todos dentro del castillo.

Si debía mantener el orden seria el de su cuarto, y el de la hechicera, en caso de que se lo pidiera.

Ya no debía pedir permiso para un plato de comida, sino más bien decir con amabilidad que tenia hambre.

No debía trabajar, sino estudiar, o divertirse.

Dejaría de ocultar su magia, la practicaría.

Morgana la tomo bajo su ala en todos los aspectos, y Arabella no tardo en verla y llamarla con cariño. Ella decía madre, y a la hechicera se le derretía el corazón. Pronto dejo de verse escuálida, y con pocos colores. Otra vez reía, otra vez cantaba, y esta vez era la belleza de la que todos hablaban.

Un par de años después, Arabella sabia leer y escribir a la perfección. Con trece años, y sin tener con quien divertirse, se le hizo costumbre meterse en problemas dignos de una revoltosa. Pero compraba al Rey Arturo con una sonrisa, y él hacia la vista gorda.

Morgana la acostumbro a hacer otras labores, lejos de los domésticos que llevaba a cabo. Pues al no tener la mejor relación con Merlín, le pedía a ella que fuera por los ingredientes que le faltaba, o a buscar los libros que el mago nunca le devolvió.

Y una tarde le encargo, lo que para Arabella fue la tarea que lo definiría todo.

—Entras y sales, nada de andar de curiosa. Sabes mejor que nadie, que él tiene ojos en todos lados —murmuro Morgana.

Arabella sabia de que o quien hablaba. No era ningún secreto que Merlín tenía un estudiante que más o menos cumplía una función como ella para con Morgana. Con el que nunca cruzo palabra, sino más bien miradas muy feas.

—¿Hablas de ese tonto? No se preocupe mí señora, seré tan ágil y silenciosa como un, mmmm, como un gato —dijo entusiasmada.

—Si, un gato. Recuerda que estos no se dispersan —le recordó un incidente de días atrás —. Arturo esta siendo indulgente, porque aun te ve como una niña, pero el día que lo deje de hacer no va a dudar en mandarte con una monja que te enderece.

Arabella creyó en su palabra. Ya había escuchado una charla del rey y la reina. Él quería saber con quién asistió ella, y la niña no tardo en unir los puntos. La corona en su cabeza, por muy ligera que se veía, le comenzaba a pesar.

—No, le juro, no volverá a pasa —dijo nerviosa ante la sutil advertencia.

Morgana le sonrió, sabía que la muchacha siempre hacia bien su trabajo, sin dejar rastro de su presencia. Al menos la mayoría de las veces.

Arabella se infiltró en el taller del viejo hechicero; no había nadie dentro, o al menos es lo que ella creía. Camino rodeando la gran mesa redonda que había en el centro, observando con atención cada elemento que había sobre esta. Entre estos había hojalatería, algunas piedras azules y pergaminos.

Quedarse Quieta, el origen de una bruja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora