17, Hija de Morgana.

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XVII

Hija de Morgana.

|Lovely|


Camino por la fresca noche, recordando un poco sus días de servicio. Era algo que no se olvidaba con facilidad. Pero que estaba segura de no querer volver a hacer. Cazar personas para robarle su magia o los exorcismos ya no era algo que podría soportar.

—Bruja —llamo Strickler, haciendo que ella se diera vuelta—. Eres fuerte y valiente, pero ten cuidado cuando todo esto estalle. Serás lo que quieras ser, pero aún tienes algo que te juega en contra.

Ella lo vio, y frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

—Los sentimientos por tu madre, está claro que son ambiguos —respondió—. Te entiendo. Ambos sentimos respeto y temor por nuestra creadora, mas cuando ella espera algo de nosotros.

—Bien, lo tendré en cuenta —dijo y sonrió cansada.

—Tenga mucho cuidado señorita Pericles —dijo y se retiró.

Arabella lo vio irse, y suspiró agotada. No quería, pero debía darle la razón. Tenía miedo de lo que podía pasar si su madre se presentaba. No estaba muy segura de como actuaría, de cómo hacer para darle la paz que necesitaba.

—Mi lady —alguien la llamó.

Arabella giró para verlo, y le sonrió. Se apuro hasta llegar a su lado, y lo abrazo con fuerza, estando cerca. Se quedo allí, prendida a su cuello, respirando la tranquilidad que le transmitía.

—Fue horrible —murmuro.

—Lo entiendo —respondió Hisirdoux—, pero ahora estas bien.

—Ahora estoy contigo —dijo, y se apartó—. Doux, estoy cansada. Todo el tiempo se me exige ser fuerte, valiente. Estoy dando todo, y no me queda nada para vivir.

—Entonces vamos a dormir. Dónde puedes ser tu, cerrar los ojos, y olvidarte de todo por un momento. Así también puedo cuidarte, obvio si me dejas —dijo, y le dio un suave beso en los labios.

—Claro que te dejo —dijo con suavidad.

—Bien, sube a tu carruaje princesa.

Ella sonrió, y tras darle otro beso, se subió a la moto, y lo abrazo con fuerza. Esa noche no grito internamente cuando hicieron el recorrido hasta el departamento. Lo disfruto como si viajar de esa manera fuera su favorita, aunque estaba segura que ni loca lo haría por su cuenta.

Aun el sol no salía, y la bruja no durmió. Lo que dijo el señor Strickler le hizo pensar. Quizás tenía razón, quizás no, fuera lo que fuese no la dejaba cerrar los ojos.

No dejaba de ver sus manos. De un momento a otro, se encontraba pensado en su madre, en algún momento vivido con ella, y también en su propia magia. Esa que era capaz de tomar la magia, la vitalidad de otro, hacerla de su propiedad si se lo proponía.

Hasta que Hisirdoux le habló, y sus dudas se disiparon por un momento.

—¿Qué ocurre mi lady? —pregunto Hisirdoux adormilado—, ¿Problemas para conciliar el sueño?

Él era esa parte de su vida que no le causaba malestar, y que siempre agradecía tenerlo pese a la distancia.

—Pensaba en mi madre, en mi magia —respondió—, en lo que podría pasar.

—¡¿Qué puedo hacer por usted, hermosa dama de cabellera dorada?! —exclamó Hisirdoux, haciendo que ella se riera.

—Oh, noble caballero, abrázame hasta que no sienta los brazos, y quizás así pueda dormir —dijo, tomándose el pecho.

Quedarse Quieta, el origen de una bruja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora