19, La noche eterna, y los dilemas de una bruja, II

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XIX

La noche eterna, y los dilemas de una bruja, II

|Highway to hell|

Narra Arabella Pericles.

Me lleva a donde vamos a escondernos cuando estamos en los descansos. Es cerca del bar, y allí van la mayoría de los meseros. Así evitamos que alguien nos pida algo, y todo es un poco más íntimo.

No me da tiempo a decir nada, que otra vez me esta besando. Mas caluroso que antes, y de verdad puedo creer que  me extrañó; y si me diera una excusa mas, se la creó.

Puedo sentir la desesperación en la manera que me recorre con las manos, y baja sus labios por mi cuello. Me acorrala contra la pared, y yo poco a poco voy perdiendo el hilo de porque quería verlo a solas.

Intercambiar una locura por otra. Hisirdoux va ganando, y ahora soy yo quien puede terminar a sus pies.

Maldito punto débil.

—Doux, Doux —trato de hablar—. Por favor, espera.

Un poco ágil, y temblando, logro hacer que sea él quien este de espalda a la pared, y no yo. Podría dejarme de estupideces y entregarme de inmediato.

—¿Ahora eres tímida? —pregunta y sonríe.

Veo un brillo perverso, ese que surge cuando usa mis propias palabras. En otras circunstancias no me molestaría que me viera de esa manera, y lo retaría a seguir si tantas agallas tiene. Pero un fin del mundo, a causa de una madre furiosa, no es la clase circunstancia en la que me gustaría hacer eso.

—Oh, cariño —digo y aclaro mi garganta—, no sabes lo que dices.

Se me acerca, y me toma de la cintura. Ardo bajo su tacto, y deliro por la manera en que me ve. Otra vez amenaza mi cordura.

—Solo, solo escúchame —murmuro.

Entonces ese fuego se apaga, y me ve preocupado. Algo de tristeza se refleja en su mirada ámbar, y yo haría todo lo posible para evitar que eso siguiera sucediendo.

—¿Qué ocurre Arabella? —pregunta.

Tomo una de sus manos, y la pongo sobre mi pecho, justo donde el corazón no deja palpitar enloquecido.

—Tu provocas estos —digo, y sonrió—. Mi corazón se pone insoportable a tu lado, pero también sucede cuando estoy por hacer una estupidez.

—Me halagas, pero también me ofendes —dice, y sonríe.

—Eres lo único, de todo lo que he hecho en mi vida, que no cuenta como una estupidez —digo—. Haberme enamorado de ti fue lo mas sensato e inteligente. Por eso quiero que me perdones.

—¿De qué hablas?

Sin responderle, lo beso con suavidad. Cuando mas distraído esta, aprieto su mano, la que lleva su muñequera mágica, contra mi pecho. En cuestión de unos segundos, nuestras magias se encienden, y él se aparta.

—Lo siento, amor —digo.

El azul de su magia se desbarata, y se mezcla con el rosa que brota de mi mano. Ese juego de luces nos envuelve, y lento se va metiendo en mi. Atraviesa mi piel, y se infiltra donde todo nace.

—Arabella, detente —exclama y hace fuerza—. Me haces daño.

Poco a poco va perdiendo la fuerza, y el brillo en sus ojos se apaga, hasta que los cierras. No lo dejo caer al suelo, y lloro sobre él. Me hace doler tomar la magia de esta manera, me hace doler tener que usarlo de esta manera.

Quedarse Quieta, el origen de una bruja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora