8, No nos odiamos, II

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VIII

No nos odiamos, II

Pasaron un par de días de aquella noche. Donde con Hisirdoux no coincidieron con los horarios, porque él andaba cubriendo a un compañero en las tardes del bar. Hasta que les dieron un par de días libres, a los dos por igual.

La primera mañana que tuvieron libre, Zoe también decidió no abrir la disquera, y pasar un rato con ellos. No tenían idea de que hacer, pero a Arabella se le ocurrió algo que ni Hisirdoux creyó posible.

—¿Cuál es el punto de esto? —pregunto Hisirdoux.

—Cansarte —dijo Arabella y sonrió.

Hisirdoux vio a Zoe, quien estaba sirviéndose un café, y esta lo vio sin entender del todo la idea de la rubia. Sin importar los años, se les hacía muy raro que sea Arabella quien les dijera de ir hacer ejercicios.

—Ay vamos niños, mañana me mudo, y necesito estos brazos fuertes —dijo Arabella—. Y no solo vamos a mover estos cuerpecitos, vamos a usar magia.

—Vamos, mal no nos va hacer —dijo Zoe—. Además, si tu sigues saliendo de noche, y alguna vez te acompaño, nos va a servir.

—Ahg, chicas —se quejó—. No hace falta, y tu no tendrás que hacer fuerza porque llevare ese sillón que compraste.

Arabella rio por ello, y se acercó al pelinegro. Se inclinó, hasta que sus miradas se encontraron, y con esa tranquilidad le sonrió, y pidió que levantara el sillón de Zoe, que era similar al que ella compró.

—Vamos, si tan fuerte eres —dijo Arabella, desafiante —. Sin magia, cariño.

Hisirdoux frunció el ceño, y aceptó el reto impuesto por la rubia. Luego de unos minutos, y bastante esfuerzo, él se marchó para ir a cambiarse, para luego verse en el gimnasio.

—Siempre funciona —dijo Arabella, con una sonrisa cargada de victoria—. Vamos Zozo, a mover las cachas.

—Si, si, si —dijo Zoe—. ¿De verdad haces esto para entrenar? A ti no te gusta hacer ejercicio, debo recordarte que corres lento.

—Bueno, siempre se empieza por algo, ¿Cierto?

—Si —respondió, aunque no te terminaba de creerle—. Ve a cambiarte.

Se vieron en la entrada del gimnasio. Primero llegó Zoe, y le entregó una botella de agua a Hisirdoux, y después se acercó Arabella. El pelinegro era de disimular cuando veía a alguien que le gustaba, pero no pudo controlar sus expresiones faciales al verla a ella.

Quizás era la costumbre de verla con vestidos, o esos jeans, que encontrarla con ropa de ejercicio, se le hacia raro. Podía notar mejor la figura delgada que se escondía detrás de tanto rosa.

—Te ves genial —dijo, y le sonrió.

Aunque a los minutos se arrepintió de haberlo dicho en voz alta.

—Gracias, debía estrenarlo en algún momento —respondió Arabella—. Creo que lo compré hace un año, para ya sabes, incluir ejercicios a mi vida universitaria, pero nunca sucedió.

Se metieron al gimnasio, y para su suerte no había nadie (aunque el dueño del lugar era un conocido de ellos, y les hizo el espacio) Allí podrían practicar algo de magia mientras se ejercitaban. Zoe se fue a las bicicletas fijas, y se puso los auriculares para no tener que escuchar a nadie más.

—¿Nosotros que haremos? —pregunto Hisirdoux.

—Primero estiremos, y luego te quiero arriba —respondió Arabella.

Quedarse Quieta, el origen de una bruja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora