En mi casa

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Tres de la mañana,
yo en mi casa vacía.
Todavía no dormía;
un toque yo esperaba.

Que a casa ella llamara,
que la puerta golpeara
o que al timbre tocara
para que de esperar dejara.

Sin ropa ella se presentó,
más que una bata, un albornoz.
Para qué iba a ir si no,
para besarme y hacerme el amor.

Aunque los vecinos dormían,
nosotros teníamos que bajar la voz,
porque tan fuerte nuestro gemidos se oían
que por toda la calle retumbó.

Yo estaba desnudo en la casa
esperando a que llegara,
el mismo juego ella y yo hicimos
de que sin ropa me encontrara.

Yo sabía que la esperaba,
que estaba deseando que llegara,
que toque la puerta y un mensaje enviara,
para que supiera que era ella, que ahí estaba.

Yo le hice cositas que nunca se olvidan,
así como mi cantante favorito decía;
en todas partes la toqué y de placer gemía;
yo le quité el humor de sola y aburrida.

Rompimos el sofá, yo abajo y ella arriba.
Porque no fue una noche tranquila,
fue más bien lo contrario,
porque a grito silencioso me gemía.

Y entre gemido y gemido algo decía;
entre el silencio yo lo oía;
quería que la hiciera mía,
respondí que así sería.

Fue ella la que acabó empapada,
no sé si solo de sudor
o también de todo lo que ocurrió
entre la cocina, el baño y la sala.

No sé si ella gritó
más por cómo le hice el amor
que por hacerlo en toda la casa
y toda la noche fue que duró.

Lo que sé es que acabó agotada
y que terminamos ya en la cama
aunque no fue hasta por la mañana,
lo que hicimos por toda mi casa.

La montaña de la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora