Adicta

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A pelear viene todos los días;
ella es peligrosa y adicta,
no quiere desprenderse de su ninfomanía
porque le encanta que a diario le haga mía.

Jamás de mí se cansa,
de saltar encima de mí,
de destrozar la cama
ni de que la haga todo el tiempo gemir.

Lo que yo no sabía era que esto ocurriría,
que lo haríamos tantas veces seguidas,
que al acabar otra vez esta guerra empezaría
y una vez tras otra culminaría.

Ella no huye, no escapa.
Le encanta, me tiene ganas.
Ella se vuelve loca por mí
desde el primer día que entre sus piernas me metí.

Es que a hacerlo conmigo es adicta,
no es porque sea ninfómana,
pero sí que lo parece,
porque ella es mía y solo mía.

Los polvos son seguidos,
pero qué bien nos queda el papel
de hacernos los desconocidos,
como dijo Mora aquella vez.

Sin extrañarla a ella sino ese culote
y cómo se lo puse aquel domingo de bote,
de nuevo algo más que cantó ese hombre;
chiquitita pero eso ahí atrás es grandote.

Se vuelve loca y maldita
cuando me quita mi ropa Adidas
para posárseme encima
para hacerme sentir cómo esa cintura vibra.

Fuma y bebe, ella es adicta,
también al sexo conmigo,
así como a que yo provoque sus gemidos
y tener de fondo mis listas.

Porque en eso ella es como yo,
adicta a la música haciendo el amor,
subiendo aún más el calor
en la ya de por sí caliente habitación.

La montaña de la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora