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Ella se durmió de espaldas a mi, enamorándome más. La seguí admirando por un par de horas y luego me puse a leer un libro.

No hablaré del libro porque no le presté atención, a lo único que le prestaba atención era a ella. Su respiración era suave y delicada, su manera de moverse y acomodarse entre las sabanas era sublime, me encantaba.

Dejé el libro a un lado y comencé a acariciarle la espalda, despertándola.

- ¿Dormiste bien, preciosa?

Se sentó en la cama y cuando se dio cuenta de que estaba desnuda se tapó de inmediato con la sabana.

- Te vi todo, mi amor. No hace falta avergonzarse.

Se volvió a acostar, pero distanciada de mí, lo cual me hizo arder. Odio tenerla lejos.

- No te alejes.

La tomé de su cintura y la acerque con fuerza hasta mi.

- Suéltame, no quiero estar cerca de ti.

Sus palabras me dolieron y lo único que pude hacer fue devolverle el dolor. Puse mis manos en su cuello quitándole el aire y ella comenzó a llorar, intentó quitarme pero mi dolor era mucho más que el de ella.

- El mismo dolor que tu sientes ahora es el que yo siento cuando me rechazas. -- Expresé con odio.

Era momento de castigarla, ya le di tiempo para que descanse, le toca pagar.

La tomé entre mis brazos y ella batallaba para salirse, me pegó una cachetada y me rasguñó el cuello con sus diminutas manos. Eso solo hizo que me enoje más y le di un puñetazo el cual la dejó un poco inconsciente.

La llevé hasta el baño, la senté en el suelo y llené la bañera. Cuando estuvo lista, agarré a mi pequeña del cabello y ahí reaccionó.

- No, ¡Por favor! ¿Qué vas a hacer?

Me saqué el cinturón mientras ella me miraba asustada y seguía llorando.

Le pegué en sus hermosas nalgas dejando otra marca de mi presencia en su cuerpo. Ella gritó y eso me calentó de una manera impresionante. No me importaba ser suave con ella, solo quería que deje de hacer estupideces y me obedezca como debe de ser.

De unas cintas que había dejado en el cajón del baño, até sus manos en su espalda. Tomé su cabeza y la sumergí en el agua, dejándola así por segundos viendo como se retorcía y hacía de todo para salir.

Cuando la saqué ella solo respiró agitada.

- Por favor, bas-- La sumergí otra vez dándole una nalgada al mismo tiempo.

Sus piecitos se movían alterados y eso me encantaba. Esta vez la dejé adentro más tiempo, unos 15 segundos.

- ¿Me rechazarás de nuevo, amor?

Ella no contestaba y seguía llorando, tenía la cara enrojecida.

- Contesta, mierda. -- Le pegué una cachetada mucho más fuerte que cualquier otra.

- No, Alexander, perdóname.

Me encantó que haya dicho mi nombre, solo ella podía decirlo y tenerlo en sus labios.

- ¿En serio, amor? Porque la verdad creerte me cuesta mucho.

- No, no, perdóname, por favor, enserio. No quería hacerte enojar.

- Pero lo hiciste.

Sumergí su cabeza una última vez como advertencia y cuando la saqué ella solo siguió llorando desesperadamente.

ObsesionadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora