Llegué frente a la puerta y abrí sin tocar. La estancia estaba imperturbable, como si no hubiese nadie dentro. Miré a mi alrededor y me dirigí al baño suponiendo que estaría dentro. Estaba a punto de volver a abrir sin más, pero me abstuve al pensar que ese era el baño.
—Isabella. —La nombré y toqué la puerta. No obtuve respuesta por unos segundos, pero luego abrió una rendija, por la que salió su cabeza.
—Eres tú. —Parecía un poco demacrada y no se veía bien.
—¿Qué sucede? —Evité detallarla mucho y fui directo al punto.
—Verás... —Dudó—. Estoy en mis días complicados y necesito-
—¿Días complicados? —No sabía a qué se refería, pero definitivamente el que estaba en días complicados era yo.
—Sí, mis días rojos. —Ella parecía un poco incómoda.
—¿Puedes hablar de una forma en la que pueda entenderte? —Resoplé y ella me miró un momento antes de hablar.
—Estoy con la menstruación y necesito toallas sanitarias. —Dijo, al fin, y pude entender de una vez.
—¿Era eso? —Yo y mi hermano estábamos volviéndonos locos por todos los problemas que teníamos arriba y ella, ¿me llama porque necesita toallas sanitarias?
—Intenté hablar con tus hombres, pero no me entendían ni una palabra. Solo pude pedir por ti, mi francés no es muy bueno. —Intentó explicarse.
—Está bien. Haré que te traigan lo que necesites —Evité discutir—. Voy a estar muy ocupado estos días, intenta no dar problemas. Pondré a dos hombres que puedan entenderte en la puerta, pero no te tomes libertades.
—Está bien, gracias. —Dijo y su voz parecía molesta, con un deje de intención irónica. La miré fijo pero ella no retiró su postura a pesar de sostener fuerte la puerta como un salvavidas.
No dije nada, solo giré y salí de la habitación. Instruí a mis hombres para que se encargaran de las cosas y fui con Nóel a esperar a los mexicanos.
En la tarde, una camioneta gris entró en la mansión, seguida por dos autos negros. Se detuvieron en la rotonda y un hombre bajó corriendo de la camioneta y abrió la puerta por la que se bajó una dama enfundada en un bestido de satén verde alga. Su cabello negro y corto hasta los hombros estaba suelto y se veía más alta en sus tacones plateados.
Rebecca Sánchez Hernández, morena de tierras calientes. No hay que ser un experto para saber qué tan peligrosa era una mujer que se abrió camino en un mundo de hombres.
—Bienvenida. —Nóel se acercó primero a saludarla, y yo lo seguí desde atrás.
Tenía buenos recuerdos con ella y hubo un momento en el que nos llevamos muy bien, pero nuestra relación se volvió áspera el día que me dió un tiro después de desarmarnos en la cama. Aún conservaba la cicatriz en mi hombro.
—Es bueno verlos bien... a ambos. —Alargó la frase con dobles intenciones que iban dirigidas a mí y las cuales ignoré.
—Entremos y hablemos de negocios. —Guió Nóel.
—Me parece bien. —Dijo ella y nos siguió.
Conocimos a Rebecca en Estados Unidos hace ocho años. Estábamos en un viaje de negocios y coincidimos con un cliente. Fue un momento muy tenso, pero de eso surgieron nuevos socios de comercios. Fue cuando Nóel y yo decidimos indagar por México, algo que nunca habíamos pensado.
—No andemos por las ramas —Dijo ella cuando tomó asiento—. Sé que los turcos están inquietos. Puedo pensar en cubrir algunos de mis tratos con Estados Unidos usando su mercancía. Obviamente el 50% de eso irá a mis bolsillos. Sigamos adelante con el lavado de dinero. Necesito sus bancos en Suiza para eso.
ESTÁS LEYENDO
Unione Corse
RandomIsabella Slorah sabía desde muy joven que su sueño era ser escritora, pero, por mucho que se esforzara, sus libros nunca parecían tener un final satisfactorio. A los 19 años, tuvo un golpe de suerte que impulsó su carrera. Su épica trilogía, titulad...