XXIII

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A la mañana siguiente, fui directo a ver a Nóel. Era temprano, Isabella aún dormía, y por los sucesos del día anterior, no la desperté y salí primero.

Nóel en su oficina se encontraba al teléfono. Hablaba algo en turco que no entendí. Yo me acerqué al whisky con calma siendo observado por él y me senté en el mueble de aspecto cómodo cuando terminó la llamada.

—¿Sucedió algo con los turcos? —Cuestioné.

—Yilmaz dice que la rata cayó en la trampa y el encuentro está programado para dentro de un mes.

—¿Es cuando sale la carga?

—Sí —Con agilidad se preparó un puro, y ese olor a tabaco y algo un poco más fuerte llegó a mi nariz—. Tengo pensado viajar yo esta vez. —Lo miré.

—Será peligroso.

—Siempre es peligroso. —Dijo sin darle importancia.

—Sí, pero esta vez lo es mucho más. Yilmaz se ha vuelto un cabrón hijo de puta. Los italianos seguro también aprovecharán esta oportunidad y... aún no sabemos la identidad de la rata.

—Olvidaste a las autoridades. —Recordó tras una calada.

—¿En qué punto están?

—En el punto de ser un grano en el culo. —Arrugó las cejas.

—¿Qué están haciendo los Gauthier? —Soltó una risa sin gracia y tuve mi respuesta.

—El problema es la CIA.

—¿Ese desgraciado? —Recordé a cierto alguien.

—No sé como hace para vivir tanto. —Asintió.

—¿Deberíamos darle a ese viejo que tenemos como padre de una vez? —Bufé.

—¿Y luego ofrecernos esposados a él? —Sabía que no era posible librarse de ninguno de los dos malditos vejestorios tan fácil, pero sus estúpidas persecuciones ponían a cualquiera de los nervios.

—¿Qué pasó ayer? —Pasé a otro tema.

—Encontré al hombre que escribió la agenda —Respondió—. Fue difícil dar con esa cucaracha pero recordé que hace unos seis años fuimos a Inglaterra por el funeral de Harld y rebuscando en basura vieja di con cierto "Felix Black" —No me sonaba el nombre—. Normal que no sepas quién es. Trabajó como una sombra en la mansión por unos largos años y, unos meses después de que perdiera la agenda, se retiró.

—¿Qué encontraste?

—Ex militar de los Estados Unidos, sin familia, se mudó a Italia con treinta y cinco años y vivió ahí hasta los cuarenta y dos. En ese tiempo tuvo dos arrestos por violencia y luego simplemente apareció aquí en Francia.

—¿Está muerto? —Bebí.

—No —Negó—. Pero el maldito no escupe ni una palabra sin importar lo que haga. Pensé en dejarlo solo hasta que consiga saber quién es la rata.

—Tenemos a un hombre con un corto expediente y con demasiado conocimiento sobre nosotros. Su información me dice que bien podría haber estado trabajando para la CIA o para esos mal paridos en Italia. También es muy probable que haya entrado en contacto con una de las familias en el tiempo que trabajó aquí. Eso explicaría muchas cosas en esa agenda —Hice una pausa—. ¿Estaba fuera del país cuando lo encontraste?

—No —Exhaló—. Por alguna razón volvió hace un mes. —Su mirada sugerente me hizo darme cuenta a qué se refería.

—¿Crees que fue por ella?

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