El viaje en auto fue rápido y silencioso como siempre. Yo trataba de no mirar al rubio y de no pensar en las circunstancias que nos rodeaban. Intenté enfocarme más en las calles y las personas que pasaban por la ventana, recordando mis días en la ciudad y llevándome una última visión de este lugar que quizás nunca volvería a ver.
Con el dorso de mi mano, me sequé las lágrimas de las mejillas y tomé el libro amarillo que estaba sobre mi regazo para invocar buenos recuerdos en ese momento en el que tanto los necesitaba. Pero mi mente no me daba tregua.
Solo pensaba una y otra vez que volvería a estar en una celda oscura, fría y llena de cucarachas. Tomando agua y comiendo pan. Haciendo mis necesidades en un cubo. Esperando y contando los minutos y horas hasta que la puerta se abriera y decidieran que era hora de matarme.
Perdí la esperanza de que el hombre fuera lo suficientemente compasivo como para permitirme quedarme en el anexo para empleados, con una cama cálida y buena comida.
Toda la situación me estaba llevando al límite. No confiaba en que pudiera soportar más el estrés, el miedo, la incertidumbre. Si la situación era una especie de karma, al menos quería entender qué había hecho tan malo como para merecer semejante final.
En el viaje en avión, mi cuerpo se rindió y me quedé dormida en cuanto despegamos. Sin embargo, mi mente continuó sin darme tregua.
Soñé que estaba atada a esa silla de hierro, escurriendo agua y suplicando una vez más que no me mataran. Vi cómo se reían de mí mientras miles de cucarachas subían por mis pies, brazos y torso. Comencé a gritar y llorar, pero sus miradas me demostraban que solo los estaba complaciendo.
Me desperté sobresaltada cuando sacudieron mi cuerpo. Tuve que esforzarme por enfocar la vista, todo estaba muy borroso. La mirada azul del rubio se encontró con la mía, de un verde intenso, y retrocedí en el asiento por el susto.
-Ya llegamos. -Me dijo y retornó a su asiento.
Respiré hondo para calmar los latidos desesperados de mi corazón y sequé mis lágrimas al darme cuenta de que mi rostro estaba empapado. Mi captor no dejaba de mirarme con ceño fruncido y una mirada inquisitiva, a la que, una vez más, me negué a ceder.
Aterrizamos y casi de inmediato nos subimos a una camioneta negra con un coche delante y otro detrás. El recorrido fue silencioso, y hice lo mismo que cuando me dirigía al aeropuerto: observar las calles y a la gente. Me habría gustado visitar Francia en otras circunstancias. Ser una turista más, disfrutando de todo lo que el impresionante país de la moda tenía para ofrecer. Hacerme fotos y darle envidia a mi madre por estar en su país favorito.
Sin ser consciente del tiempo que nos tomó, entramos en la propiedad de mi captor. Los autos y la camioneta rodearon la rotonda frente a la casa y se detuvieron en la puerta. Sus hombres abrieron la puerta para él, mientras a mí me bajaron a tirones del codo.
-Que faisons-nous d'elle, Boss?//¿Qué hacemos con ella, Boss? -Escuché qué preguntó, pero solo entendí que hablaban de mí, no era muy buena con el francés.
León se volteó a mirarme y, luego de pensarlo un momento, respondió.
-Amène la.//Tráiganla. -Me arrastraron detrás de él y juntos entramos en la lujosa mansión, que más parecía un imponente castillo. Estaba adornada con exquisitas alfombras, relucientes candelabros, majestuosos jarrones y antigüedades en forma de pinturas. Casi se sentía como adentrarse en un museo.
Siguiéndolo, subimos unas escaleras a la derecha y, cuando estuvimos arriba, fue que dio otra orden.
-Emmenez-la dans la dernière pièce. Assurez-vous qu'il ne peut pas s'échapper.//Llévenla a la última habitación. Asegúrense de que no pueda escapar. -Yo no entendí ni una palabra, y me puse mucho más nerviosa cuando sus matones me llevaron por un pasillo diferente al que él iba.

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Unione Corse
LosoweIsabella Slorah sabía desde muy joven que su sueño era ser escritora, pero, por mucho que se esforzara, sus libros nunca parecían tener un final satisfactorio. A los 19 años, tuvo un golpe de suerte que impulsó su carrera. Su épica trilogía, titulad...