XXII

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Lo seguí sin atreverme a preguntar a dónde íbamos. La buena noticia era que, al parecer, no me llevaría muy lejos ya que no subimos a ningún auto. El lugar estaba bastante apartado, casi cerca del bosque, y mientras más caminábamos, más me eran conocidos los alrededores.

Como había intuido, llegamos frente a la puerta ferrosa y pesada que al abrirse hacía un ruido agudo impertinente; la misma puerta que llevaba a aquel oscuro lugar donde estuve encerrada.

Mi corazón comenzó a latir de prisa y frené con mis talones, para nada dispuesta a seguirlo tras la puerta. Las manos comenzaron a sudarme cuando se dió cuenta de que no lo seguía y se giró. Sus ojos fríos me miraron serios y yo pretendí estar calmada. Sabía que solo estaba haciendo esfuerzos vanos porque si él quería que entrara, ninguna de mis negativas lo haría cambiar de opinión.

—No... —Busqué mi voz—. No necesitas hacerme entrar ahí de nuevo —Sin responder, caminó en mi dirección—. Estoy dispuesta a cooperar. Yo... no sé qué más quieres saber, pero si lo sé, te lo diré. Sin mentiras —Su cuerpo alto e intimidante se detuvo a escasos centímetros de mí y no me atreví a mirar hacia arriba para verlo—. Lo juro. —Susurré.

—Sígueme. —Fue su respuesta, y por su tono, intuí que no lo repetiría de nuevo.

Cuando se dió la vuelta, di algunas respiraciones cortas y agitadas para intentar controlarme y lo seguí en silencio. La frialdad del lugar me hizo tener un escalofrío. El reconocible olor a humedad me puso incómoda, pero fue aún peor cuando los sonidos de quejas y lamentos llegaron a mis oídos. Quise correr en la dirección contraria, deseé poder hacerlo, pero mi cuerpo parecía estar en automático, y solo daba pasos cortos hacia adelante.

Los hombres de negro encargados de la vigilancia nos saludaron cuando llegamos al final de las escaleras. Filas de cárceles para todos los usos me quedaron a la vista. Algunas con rejas, otras con cadenas y, por último, pesadas puertas de hierro que no dejaban pasar la luz; como en la que me habían puesto.

Nóel caminó hacia la derecha y lo seguí, encontrándome después de unos pasos a un hombre mayor y delgado encadenado a una silla y con muchas heridas. Parecía que se desmayaría, pero escuché que suplicaba por algo que no alcancé a entender.

—¿Lo conoces? —La voz molesta de Nóel me hizo la pregunta mientras se ponía un par de guantes negros.

—¿Qué? —No entendí a qué se refería— No. No lo conozco. —Volví a mirar al señor.

—¿Estás segura? —Cuestionó de nuevo, acercándose al hombre. Sus guardias dieron unos pasos hacia atrás y levantó la cabeza del encadenado tirando de sus cabellos— Míralo bien. —La cara casi irreconocible y amoratada me hizo retroceder y mirar a otro lado. Los temblores y el nerviosismo se anudaron en mi estómago y me hicieron imposible el decir algo.

—No lo sé. —Dije, con más ganas todavía de escapar.

—Acércala y has que lo vea bien. —Ordenó y en segundos tuve a un hombre de negro tirándome del brazo.

—Suéltame —Pedí, un poco alterada—. No quiero. ¡Suéltame! —Intenté alejarme, pero agarró mis brazos hacia atrás y me obligó a moverme.

Me empujaron al suelo, de rodillas, demasiado cerca del señor moribundo, y cerré los ojos agachando mi cabeza. Los sollozos me saturaban la garganta, pero hacía lo imposible por contenerlos.

—Levanta su cabeza para que lo mire. —Volvió a decir Nóel, y sentí el tirón fuerte en mi cabello que me obligaba a mirar hacia arriba.

—No. —Sollocé, con lágrimas deslizándose por mi mejilla.

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