Era la octava nalgada y en algún momento la chica dejó de quejarse y comenzó a gemir buscando fricción entre sus piernas. En la décima, y cuando ya la blanca carne se había vuelto sensible y rosada, el hombre se detuvo y llevó su mano hasta los labios carnosos ajenos para meter dos de sus dedos en la boca. La chica chupó y lamió de manera morbosa ambos dedos hasta dejarlos mojados y él los sacó para pellizcar el pezón duro de la mujer.
-Buena chica. Dime, ¿te gustó que te castigara? -Ella gimió complacida por el pellizco y asintió.
-Si, me encanta cuando me castigas, señor.
-¿Qué tanto? -Preguntó torturando el pezón rosado y comencé a sentir incomodidad entre mis piernas.
-Mucho, señor.
-Entonces continuemos.
Entró en la oscuridad y emergió hacia la luz portando varias cosas en sus manos. Se detuvo frente a la chica, bloqueando la vista del público, y pronunció intrigado:
-Dime, ¿quieres sentirte mejor?
-Si, señor. -Suplicó.
-Entonces te encantará esto.
La chica gimió y se retorcio; todos queríamos ver, ansiosos, lo que hacía. Cuando finalmente se hizo a un lado, dejó que el público viera las pinzas que adornaban los pezones erectos de la mujer.
Yo contuve el aliento cuando mis propios pezones se pusieron duros, y sintí un choque eléctrico que hizo palpitar los lugares inexplicables de mi.
-Dime como se siente.
"Bien", pensé.
-Bien, señor.
-¿Solo bien?
"Muy bien."
-Me gusta. Quiero más, señor.
-Veamos si es verdad. -Su mano se coló en las bragas rojas y la chica gimió y apretó sus piernas por la intromisión, justo como hacía yo.
No podía evitarlo. Sentía cómo mi corazón latía con fuerza y mi cuerpo anhelaba atenciones que había descuidado durante mucho tiempo.
-Estás muy mojada. -Dijo el dominante y por un momento pensé que era conmigo porque, en efecto, estaba mojada.
Mordí mi labio un poco avergonzada pero seguí frotando mis piernas en busca de alivio; sin dejar de mirarlos.
El dominante volvió a colocarse a sus espaldas. En ese momento, me percaté de que aún tenía algo que no había utilizado. Cuando lo levantó y lo encendió, apreté fuertemente la cartera entre mis manos, recordando que tenía uno igual en casa.
El vibrador negro rozó suavemente la tersa piel del cuello de la chica y comenzó a descender lentamente. Recorrió sus hombros, sus pechos y su abdomen. Cada movimiento me recordaba a cómo yo experimentaba placer, haciendo que mi respiración se volviera pesada, al igual que la de la chica en el escenario.
Vi a otros miembros del público entregándose sin ningún tipo de disimulo, mientras se tocaban íntimamente. Sabía que si prestaba más atención a las oscuras esquinas, probablemente vería a otros compartiendo momentos sexuales. Sin embargo, en lugar de indignarme, sentía una extraña envidia. La urgencia que tenía por ser presionada contra la barra que había a mi lado, me sorprendió.
-¡Ah! -El gemido alto y fuerte de cuando el consolador tocó su intimidad me hizo vibrar.
-Señor, por favor. -Suplicó.
-Por favor, ¿qué?
-Señor. ¡Ah! ¡Señor!
-¿Tan bueno es? -Se burló.
ESTÁS LEYENDO
Unione Corse
DiversosIsabella Slorah sabía desde muy joven que su sueño era ser escritora, pero, por mucho que se esforzara, sus libros nunca parecían tener un final satisfactorio. A los 19 años, tuvo un golpe de suerte que impulsó su carrera. Su épica trilogía, titulad...