.Isabella.
Desperté, pero no abrí los ojos. Me estiré con pereza sobre la cama y me quedé inmóvil boca arriba por unos minutos. Había dormido bien. Por primera vez en muchas noches, había dormido hasta la mañana, sin despertar ni una sola vez en medio de la madrugada. Sonreí satisfecha por haber descansado y entonces abrí suavemente los ojos. La habitación estaba totalmente iluminada por la luz del sol que se colaba por las grandes ventanas de cristal descubiertas.
Me senté en la cama aún más dormida que despierta y se me escapó un bostezo cuando estiré mis brazos hacia arriba. Palmeé mi cara para espabilarme pero me volví a tirar hacia atrás, sin ganas de levantarme del todo. Al final de cuentas, no tenía nada que hacer, por lo que daba igual el tiempo que permaneciera en la cama.
—¡Cierto, León! —Reaccioné tarde y me volví a sentar. Recordando la promesa de anoche.
—Aquí estoy —Di un respingo sobre la cama por la respuesta totalmente inesperada y seguí el sonido de la voz, muy sorprendida al ver al hombre sentado casualmente en una silla—. Buenos días —Me sonrió—. ¿Dormiste bien?
—Sí, buenos días —Encontré la voz para responderle cuando salí del estupor—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—¿No me preguntarás si yo también dormí bien? —Me miró en silencio, esperando una respuesta, y me comprometí.
—¿Dormiste bien, León?
—No tan bien como me hubiese gustado, pero no fue tan malo —Respondió—. Y, contestado tu pregunta anterior, solo llevo treinta minutos aquí sentado.
—¿Por qué no me despertaste?
—Estaba a punto de hacerlo, pero tu ritual matutino llamó mi atención. —Se burló.
—Eso solo fue porque pude descansar. —Expliqué, aunque no sabía porqué necesitaba dar una explicación.
—Son las nueve, me voy en dos horas. Entra y prepárate, te sacaré a caminar —Sus palabras me dieron la segunda sorpresa del día y lo miré sospechando que fuera otra persona. Desde anoche había actuado demasiado amable—. ¿No quieres?
—Quiero. —Respondí de inmediato. No sabía cuál era la trampa, pero quería, necesitaba y me urgía salir de esas tortuosas cuatro paredes.
—Entonces, ¿qué esperas? —De inmediato salté de la cama y corrí descalsa hasta el baño.
Al mirarme en el espejo, me di cuenta de que estaba horrible. Tenía ojeras, el cabello revuelto, los labios agrietados y la ropa ancha me hacía ver tres veces más pequeña y delgada de lo que realmente era. Suspiré y me lavé la cara y la boca con prisas. Hice rápidamente mis necesidades y salí después de peinarme. Con la ropa no podía hacer nada porque, además de los dos juegos de ropa interior que lavaba yo misma y cambiaba a voluntad, la ropa de vestir me la cambiaban cada dos días y era solo un bestido blanco, liso, ancho y sin adornos, de largo hasta los tobillos y con mangas.
Al salir, León estaba de pie frente a las ventanas, mirando hacia afuera. El clima no era del todo el correcto, a pesar del sol. En realidad estaba mayormente nublado y prometía que llovería más tarde.
—Estoy lista. —Murmuré para llamar su atención, sin querer interrumpirlo del todo porque parecía estar pensando en algo importante.
Él se volteó a mirarme y me estudió en silencio por un minuto completo. Sus ojos azules y enigmáticos me estaban poniendo nerviosa por mi incapacidad para descifrarlos y miré hacia otro lado cuando suspiró.
—Vamos. —Dijo y caminó hacia la puerta. Yo corrí rápido hacia un lado de la cama y me puse las pantuflas con prisa antes de seguirlo.
—Boss. —Lo saludaron respetuosamente los dos hombres de guardia en cuanto salimos.

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Unione Corse
AcakIsabella Slorah sabía desde muy joven que su sueño era ser escritora, pero, por mucho que se esforzara, sus libros nunca parecían tener un final satisfactorio. A los 19 años, tuvo un golpe de suerte que impulsó su carrera. Su épica trilogía, titulad...