XXI

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Sintiendo caricias en mi cabello, entre abrí un poco los ojos y, sin aclarar la bruma del sueño que me aturdía, determiné que debían de ser las cinco o seis de la mañana por la claridad opaca en las ventanas. De forma automática, me acurruqué y seguí durmiendo. Escuché una risa baja y ronca y sentí las vibraciones contra mi cuerpo pero ignoré todo lo que estaba fuera de lugar y volví a dormirme.

De forma intermitente, percibí las manos que corrían sueltas por mi muslo, mi cintura, mi brazo y mi mejilla. El tacto era cálido y áspero, las palmas eran grandes, pero los movimientos eran lentos y suaves. Hipnotizada, aspiré el olor amaderado que llegaba a mi nariz y me acerqué más al cuerpo caliente que tenía entre manos.

Recuperando un poco la conciencia al sentir como el cuerpo se tensaba, abrí los ojos con parpadeos largos. La luz en la habitación era un poco más brillante, pero no al punto de ser molesta todavía. Moví mi mano para restregar mis ojos y di un ligero bostezo antes de ser consciente de la situación en la que estaba.

—¿Despierta? —La voz ronca de León preguntó por encima de mi cabeza y al fin me di cuenta de lo que estaba mal.

¡Casi estaba encima de él!

Mi pierna cruzaba su cintura y era capaz de sentir lo que guardaban sus pantalones por encima de la tela. Estaba usando su brazo como almohada y lo abrazaba como pulpo pegada a su costado. Casi enterraba mi cara en su cuello. Lo peor era que su mano abrazaba mi cintura y me afirmaba en mi posición, sin dejarme moverme.

—¿Buenos días? —Llamó mi atención de nuevo.

—Buenos días. —Respondí intentando guardar la calma a pesar de estar sobre él.

—¿Dormiste bien? —Me dió una sonrisa.

—Sí. —Respondí, intentando separarnos un poco. Pero inmediatamente su otra mano tomó mi pierna que lo cruzaba y la apretó para mantenerla en su lugar.

—No te muevas. —Dijo, y me avergonzé porque al moverme había tocado aún más algo que no debía— ¿No me vas a preguntar si dormí bien? —Me distrajo.

—¿Dormiste bien, León? —Casi susurraba.

—Sí, dormí muy bien. —Por alguna razón, sus palabras sonaron sugestivas.

—¿Ahora podrías soltarme? —Pedí cuando vi que no tenía intención de hacerlo.

—¿Sabes cuántas horas llevas durmiendo así?

—No. —Y en realidad no quería saber.

—Yo tampoco, pero desde que desperté ya cuento tres.

—¿Llevas tres horas despierto y no te has levantado? —Cuestioné, retomando disimuladamente mi tarea de alejarnos.

—Sí —Él sedió y me soltó, entonces volví a mi lado de la cama, el cual estaba frío—. Es entretenido verte dormir.

—¿No dijiste que estabas ocupado hoy? —Evité darle cuerda a su fetiche raro.

—Cierto —Hizo una flexión hasta sentarse en el borde de la cama, de espaldas a mí—. ¿No te vas a levantar? —Preguntó cuando vio que no me movía.

—¿Para qué? —Debían de ser las siete de la mañana cuando mucho y yo definitivamente quería seguir en la cama.

—Para desayunar. —Dijo con obviedad y se puso de pie.

—Tú no desayunas. —Recordé al no querer seguir encerrada con él.

—Veo que no quieres salir. —Sonrió con picardía.

—Dame cinco minutos. —Dije saltando de la cama y corriendo al baño.

Quería salir.

—¡Tienes tres! —Lo escuché decirme antes de cerrar la puerta, con ese tinte de burla en la voz.

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