Capítulo 7 - Eric

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—¿Entonces me enseñarás?

La mujer esboza una sonrisa radiante.

No es la mujer, es Ángela. Al menos que tuviera una gemela en los Estados Unidos que nunca conocí. Ni Penélope, su hermanita, se parece tanto a ella. Bueno, es que no se parece, es exactamente ella.

Estoy seguro de que si reviso su fotografía en mi celular sólo comprobaría que es ella.

Pero... Ella falleció, la vi en su ataúd.

La imagen me revuelve el estómago.

»Creo que mejor llamo a la enfermera.

—No —interrumpo—. Sólo iré a dormir.

—Supongo que no me enseñarás con la guitarra —suspira con una tristeza fingida.

—A mi esposa no le gustaría que enseñe a otra mujer.

Ángela sonríe.

Yo también al recordar a Aura.

Ya sé que las personas ni los sentimientos se deben comparar, pero comprendo que la mujer que más he amado es y será Aura. Ángela fue importante, mas pude seguir sin ella. No lograría hacer lo mismo sin Aura.

Y sé que eso está mal. Tomaré terapia y esas cosas, maldición.

—Tu esposa es una chica afortunada, no todos los hombres responderían así.

—Ella es especial.

Me está apoyando cuando otra mujer habría elegido marcharse con mis hijos. Aura se ha quedado conmigo y quiere envejecer a mi lado.

—Como debe ser —Me hace un guiño amistoso—.¿Cómo te llamas?

—Eric, ¿y tú...?

—Amy.

Creo que se me baja la presión.

Giro sobre mis tobillos, avanzo hacia el barandal y me recargo en éste. Cierro los ojos, intento respirar hondo y que la brisa, revolviendo mi cabello, sirva como tranquilizante.

No es Ángela, sólo su doppelgänger.

No sé si eso debería aliviarme o hacerme salir corriendo de aquí.

—Yo soluciono mi vida con café, así que espera aquí —pide Amy a mis espaldas—. No me tardo.

No me muevo porque en serio creo que se me bajó la presión y estoy algo mareado.

Pero... me siento bien.

Debería estar en el pico de la abstinencia, casi escalando por las paredes, pero ver al clon de Ángela me ha sacado de mi curso.

Tal vez es algo bueno.

O quizá regresará peor.

No tengo idea. La última vez no sólo consumía cocaína y pastillas, sino que me metía otras estupideces y vivía alcoholizado, definitivamente fue peor. Estuve encerrado dos semanas enteras.

Amy regresa casi de inmediato al balcón. La escucho tararear la misma canción.

Al girarme la encuentro de nuevo en el sofá y me señala la taza de café.

—Mi esposo me trae este café, es mexicano, me encanta.

—¿Tu esposo?

Y ahora quiero llorar.

Me odié tantos años por cortar de esa forma la vida de Ángela. Ella debió crecer, tener mi edad, casarse, ser madre, cumplir todos sus sueños; Ángela no debió morir tan joven.

La melodía de Auric - Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora