Capítulo 26 - Aura

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Mi placer culposo es disfrutar del Mustang de Eric mientras conduce rápido por las calles de la ciudad. Me hace sentir una adolescente escapando del colegio con mi novio, el típico «bad boy» que todas desean, pero que me ha elegido a mí y, mientras trata a todos como la mierda, conmigo es un terroncito de azúcar gótico.

Bueno, mi vida es algo así, sólo que ya no somos adolescentes y jamás estudiamos juntos. Eric creo que ni tenía automóvil en ese tiempo.

—¿Tenías automóvil en la preparatoria?

Eric iba concentrado en sus pensamientos, así que se desconcierta y me echa una mirada rápida antes de volver a mirar el camino.

—Mis papás me prestaban el auto, pero no siempre.

—¿Tenías licencia de manejo?

—No.

—¿Y llevabas a Ángela en el auto?

—A veces, sí.

Suspiro y cierro los ojos. Es tonto, pero igual siento lindo al imaginar a Eric y a Ángela en ese automóvil. Ángela debió sentirse como yo.

—Ni te preguntaré si Dimas te llevaba en el auto porque de seguro tenía como dos mil automóviles de lujo y...

—No, no preguntes —burlo.

Eric pone los ojos en blanco y no resisto soltar una carcajada.

—El imbécil rompió una cuerda de mi guitarra.

—De seguro ya la reemplazo.

—Sí, pero no es el punto.

No opino más. Eric está sensible con el tema porque en estos últimos días se ha puesto al día y cada queja sobre Dimas termina en «pero no es el punto»; ya hasta pareciera que se tatuará esa frase o, mínimo, se realiza una playera con el estampado.

La gira va bien, incluso aumentaron algunas fechas y han tenido menos descanso. Eric no lo admite, pero comprendo que le hubiera gustado que no les fuera tan bien. No lo hace una mala persona, sólo un ser humano.

Su mano ha mejorado, aunque todavía le duele, y ya ha tenido oportunidad de ver a las gemelas en un ultrasonido. Todo va bien, demasiado bien, incluso me asusta, a veces no me acostumbro a que las cosas salgan como se espera.

Mi espalda se ha convertido en una tortura. Debo dormir sobre mi costado, voy al baño cada treinta minutos, mis pies se hinchan y ya no entro en mi ropa normal; ahora toda es de maternidad. No obstante, en casa he empezado a estar sólo con un top deportivo y un short o lo que sea, el roce de la tela me produce comezón en la barriguita.

Él, como si leyera mi mente, acaricia brevemente mi vientre y luego se aparta para cambiar la velocidad en el automóvil. Después, por unos segundos, me dedica una de esas miradas que siempre me hacen sonrojar y vuelve a mirar el camino.

Es increíble que en toda una semana no hemos podido hacer el amor. Yo siempre tengo sueño y los mellizos sólo quieren estar con su papá. En más de una ocasión hemos empezado y debemos parar porque nos interrumpen.

—No me mires así —pide con una media sonrisa que alborota cada molécula de mi embarazado cuerpo.

—¿Así cómo?

—Así. —Vuelve a mirarme por un breve instante—. O llegaremos tarde con Sofía.

—Ella entendería... —bromeo.

—Ella sí, Cedric no.

Y acaba mi alegría.

—Nunca pensé que Cedric pudiera ser así.

La melodía de Auric - Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora