Capítulo 25 - Aura

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Eric deja la maleta en el umbral de la puerta y se agacha para abrazar a los mellizos que corren desesperados hacia él. Su ausencia les pesó más después de visitarlo, lloraban mucho; la felicidad que sienten por verlo no cabe en sus cuerpecitos que tiemblan entre los brazos de su padre.

Úrsula está a mi lado. Mamá ha viajado a la capital para analizar la propuesta de la película basada en su novela. No pudo elegir un momento peor porque, aunque Eric no me ha dicho nada y tampoco se ha filtrado algo en los medios de comunicación, sé que esa mano vendada y el moretón en la quijada es por algo relacionado con Luca. Lo sé, lo siento en la sangre y en el aire que respiro.

Está en el país desde ayer. Se filtraron unas fotografías de Eric y Henrik bebiendo licuados, fue tan extraño; entonces llamé a Dimas y me confirmó que Henrik pidió unos días libres, de todas formas tienen un montón de guitarristas para suplirlo.

Milo y yo nos enteramos por la mañana cuando vimos las fotografías. Llamé a mi esposo, no contestó, sólo me envió un mensaje diciéndome que hablaríamos cuando llegara y aquí está.

Eric no puede ni mirarme a la cara.

—No sé qué decirte —me susurra Úrsula—. Tiene toda esa actitud de chico malo, con los golpes incluidos, y al mismo tiempo se ve tan tierno con sus hijos, ¿en serio quieres discutir? Mejor reconcíliense en el cuarto, mi humilde consejo.

Pongo los ojos en blanco. Hace unos años es justo lo que habríamos hecho, pero no ahora. No cuando volveremos a tener hijos y debemos ser más maduros que nunca.

Creo que el memorándum de la madurez no le llegó al coreo.

—Aura —dice él y se incorpora, pero los mellizos abrazan sus piernas—. Yo...

No dice más. Ni sabe qué decirme.

Respiro hondo, acorto la distancia y lo abrazo tan fuerte como nuestros hijos. Mi corazón se inunda de calma al verlo de nuevo en casa. No lloro porque estoy molesta cuando normalmente es al revés, pero el coraje burbujea en la boca de mi estómago; no me creo que Eric hiciera lo que pienso que hizo. Estoy casi segura de que es así, pero necesito escucharlo con su voz para terminar de enfurecer y agradecerle porque sé que siempre estará ahí para protegerme y defender, aunque no sea lo correcto.

—Debes tener hambre —saluda Úrsula que se limita a darle la bienvenida con una sonrisa—. Preparamos algo de comer, no tiene raticida así que puedes estar tranquilo.

—¿Qué es eso? —pregunta Rachelle.

Eric suspira hondo y se aparta; nuestras miradas se encuentran unos segundos nada más.

—Comida mala para ratas —explica Eric.

—¿Eres una rata, papi? —inquiere Rik.

Úrsula aguanta una carcajada.

—No, aunque tu tía siempre diga eso —suspira él.

—Oh, vamos, no es siempre, sólo a veces.

Úrsula se dirige a la cocina en compañía de nuestros hijos que quieren enseñarle a su papá las galletas que hicimos por la mañana. Tenía que mantenerme ocupada para no trepar por las paredes y no podía concentrarme lo suficiente para escribir, así que horneé porque eso necesitaría cada ápice de mi mente o incendiaría la cocina, quizá hasta el vecindario entero.

Eric trata de seguirlos, pero lo detengo por el brazo y me sonrojo al sentir la firmeza de sus músculos. Él se detiene, me mira y traga duro; está lo suficientemente preocupado para ignorar que me ha vuelto a dejar nerviosa como cuando empezábamos a conocernos.

La melodía de Auric - Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora