Capítulo 18 - Eric

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Es el día.

Amy se va.

Y yo no podría ser más feliz.

O sea, claro que podría ser más feliz, no me refiero a eso, no exactamente a eso, pero me alegra olvidarme del personal de seguridad que se asoma por aquí y por allá.

Salía de mi taller de cocina, el de seguridad estaba afuera.

Terminaba de entrenar, el de seguridad estaba afuera.

Intentaba concentrarme en mi cuento en el balcón, el de seguridad estaba por ahí también.

Y lo agradezco porque no tengo deseos de ser manoseado en contra de mi voluntad, pero igual era estresante. Estaba perdiendo la paz que encontré en la clínica.

Y hoy, precisamente hoy, siento que podría flaquear y retroceder un paso —o mil— en mi recuperación.

No dormí bien. Cuando cerraba los ojos recordaba la emoción que me recorría en el escenario cuando mezclaba la coca con las pastillas; era un subidón a las estrellas y un ancla para no salir volando a la estratosfera. Quedaba aletargado, los movimientos los percibía en cámara lenta y todo me parecía tan divertido.

Nunca me divertí tanto en el escenario como en esta última gira que ni siquiera fui realmente yo.

Pero todos lo amaron.

Y, anoche, quise volver a divertirme así. Deseé con todas mis fuerzas cantar con miles de personas y que gritaran mi nombre, no el de Dimas.

En resumen, fue una noche de mierda.

Es tan jodidamente irónico todo esto.

Mi banda me reemplazó, a mí, al vocalista, al principal compositor, al puto «frontman», al hijo de puta que llena los conciertos.

Me reemplazaron, ¿qué sigue?

Estoy tan furioso que por eso me rompo los tímpanos con los audífonos y la música de Gustavo, porque ni siquiera deseo escuchar algo con letra porque me enojo más.

Y la música de Gustavo siempre parece un poco molesta...

Y siento que me comprende porque pasó por lo mismo, aunque nunca subió así a un escenario. Si ese hubiera sido el caso, quizá la historia sería diferente.

Una cosa es drogarte con tus amigos, otra hacerlo frente a miles de personas que aplauden y gritan hasta si estornudas; la adrenalina es otra droga muy fuerte.

A veces siento que soy adicto a todo, menos a vivir, y eso me jode más.

Intento relajarme por quinceava vez en diez minutos. Me concentro en sentir la brisa de la playa, el calor, el sonido de las olas, en el azul del cielo que puedo apreciar desde el sofá donde me encuentro recostado.

El reproductor de música casi cae, lo atrapo antes de que se estrelle con el suelo y presiono no sé qué chingados porque empieza una de nuestras canciones.

Oh, mierda.

Tiro de los audífonos, me siento y arrojo el reproductor hacia un costado. Froto mi rostro, peino el cabello con los dedos y respiro hondo para no arrojar el pobre aparato al mar; no traje otro.

Quiero ser otra persona y al mismo tiempo ser yo más que nunca.

Quizá debería ir con el terapeuta. Puedo buscarlo a cualquier hora y justo en este instante siento que mataría por una puta línea de coca.

La libreta que utilizo permanece en la mesa. He trabajado en el cuento y en la canción, por igual, y en eso se va todo el tiempo que no consumo en talleres para mantenerme ocupado y lejos de Amy.

La melodía de Auric - Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora