"𝗗𝗶𝗰𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗼 𝗵𝗮𝘆 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗽𝗲𝗼𝗿 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇ó𝗻 𝗿𝗼𝘁𝗼, 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗲𝘀𝗼 𝗺𝗲𝗻𝘁𝗶𝗿𝗮, 𝘀í 𝗹𝗼 𝗵𝗮𝘆 𝘆 𝗲𝘀 𝘂𝗻 𝗮𝗹𝗺𝗮 𝗿𝗼𝘁𝗮."
Milán ya no creía en los felices para siempre, mucho menos en los amores verdaderos...
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7 años después
Bill observó en silencio la lápida frente a él. Estiró su mano y acarició con nostalgia los bordes de esta. Aún no podía asimilarlo y jamás lo haría, aunque pasaran mil años de eso estaba seguro.
Bajo la mirada encontrándose con miles de rosas marchitas, suspiró mientras las tomaba entre sus manos para tirarlas dentro de la bolsa a su lado.
Un año más en el que ella no estaba a su lado y como todos los años solía visitarla sin falta, charlaba con ella y le contaba que había sido de su vida, los cambios, proyectos y metas realizadas. Lo hacía todos los años sin falta alguna.
―Te extraño desde el día en que te fuiste ―susurró mirando una vez más la lápida―. Ojalá hubiésemos podido tener más tiempo, me hubiera gustado que vieras los cambios y hubieras estado más tiempo con...
― ¡Papá! ―giró el rostro y, por primera vez, en esa mañana sonrió al ver a su hija caminar hacia él.
―Hola, cariño ―la saludó poniéndose de pie para acercarse a ella.
―Pa...pá ―rio al ver a su pequeño hijo querer soltarse de la mano de su hermana para llegar a él, acortó el paso y sin hacerlo esperar lo tomó entre sus brazos.
― ¿Dónde está mamá? ―preguntó a su hija en el momento en que se inclinó a besar su mejilla.
―Venía detrás nuestro, pero creo se detuvo a tomar un poco de aire.
Antes de que Bill pudiera emitir palabra alguna, la vio acercarse con los rayos del sol que la cubrían danzando a su alrededor, resaltando su cobrizo cabello dejándolo a él boquiabierto.
Jamás se cansaría de admirar lo hermosa que era el amor de su vida y jamás terminaría de agradecerle a la vida haberla dejado permanecer a su lado.
―Hola ―la escuchó susurrar agitada.
―Hola, amor ―saludó acortando su distancia dejando un casto beso sobre sus labios―. ¿Estás bien?
―Tengo los pies hinchados, muero por un frappé de caramelo y estos dos revoltosos incluido tu naranjoso hijo no me dejaron dormir hasta tarde ―Milán rio ―, aunque, creo que este bebé será peor.
Bill negó, divertido. Descendió la mirada al abultado vientre de su mujer, lo acarició recibiendo como saludo una patada.
―Eso dolió ―se quejó Milán alejándose para acercarse a su hija―. Déjame acomodarte ese abrigo, cielo.
―Sí, mami.
― ¿Ya le cambiaste las flores a tu madre? ―preguntó girando el rostro para mirarlo con una expresión de tristeza.
Ella amaba a la señora Denbrough, la mujer la había cuidado como a una hija más. La extrañaba más en fechas importantes como el nacimiento de su segundo hijo y pronto del tercero.