Capítulo 2. Ella

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La gente por lo general no utiliza su poder en el día a día. Aunque depende de varios factores, es un poder que viene de nacimiento, de similar madurez para todos. Si tuviéramos que comparar dicha madurez con algo tangible, sería una alubia sin cocinar. Se necesitan estudios y entrenamiento para no acabar con el cuerpo pidiendo a gritos una tregua. A base de dolores y problemas intestinales.

Así que solo lo utilizaban unos pocos, normalmente quienes desempeñan un trabajo de seguridad.

Por eso Festive había llamado la atención. Nadie sabía cómo es que aquel chaval, siendo de Emyskala, había aprendido a levantar veinte veces su peso, o a transformar un conejo en una paloma, sin que se le quemara el cerebro. Todo por cuenta propia.

Ni cómo alguien lo había estado utilizando para asesinar rey tras rey, a sus familias, a quienquiera que fuera su objetivo. Lo hacía sin dejar rastro alguno de su presencia. Lo único que habían logrado ver era su sombra al huir de la escena del crimen.

Yo había visto su rostro. Había hablado con ella.

En mi casa, extendí un papel por todo el escritorio. Había intentado dibujar las islas. En ellas había varios puntos marcados en rojo. La mayoría estaban situados (con aproximación) en el castillo de cada isla, donde se habían producido los asesinatos. El rey de Címelios. Los herederos al trono de Jashá. La consorte de Emyskala, luego su rey. Sus hijos desaparecieron. La reina de Raímat, sus hermanos. El hijo también desapareció.

Muchos de aquellos puestos habían sido reemplazados, en general por hijos o parientes cercanos que, con todo su pesar, se presentaban nada más conocer la noticia. Algunos también habían desaparecido, y entonces sí que nadie quiso reemplazarlos.

Pero aquel no era el caso en todas las islas. La corona de Raímat seguía esperando a su heredero, dondequiera que estuviera. Mientras, era un grupo de sabios el que lideraba el pueblo. No sé exactamente de qué eran sabios, pero había que admitir la mejora con su presencia, sobre todo respecto a la gastronomía. Raímat era la isla con más riqueza gastronómica, de alguna forma.

Suspiré y añadí una cruz en la isla del centro. Festive no era ningún monarca. No tenía sentido que lo asesinaran, pero estaba segura de que lo había hecho la misma persona.

Debía capturar a Shadow. Un monstruo que, aunque parezca tener una preferencia clara con sus víctimas, atemorizaba a todos con su habilidad. ¿Quién podía asegurar que no era responsable de muchos otros crímenes?

Por eso el emperador me pidió que la investigara. Para proteger su vida y la de sus hijos, por supuesto, pero también para acabar con aquella pesadilla.

No sabía cómo decirles que el motivo de sus temores era una joven que podría ser la hija de cualquiera. Bajita, bastante delgada, y con unos ojos violetas con los que habrá engañado a miles. A simple vista, nadie sospecharía de ella.

Pero yo la había visto. Así que podía encontrarla de nuevo.

Miré el papel. No parecía haber una relación en el orden de las muertes. Todas habían comenzado hacía más de año y medio, y la única característica que compartían las víctimas era su posición social. También había realizado algún robo, pero solo la relacionaban porque algunos preferían culparla a ella antes que admitir que se les había escapado el ladrón. Aun así, los había apuntado, por si surgía en el futuro.

Lo que sí noté fue esto: el primer asesinato, en Címelios, había sido el más sencillo. Era el castillo de más fácil acceso y, ahora que la había visto, estaba segura de que aquella era su isla natal.

De ahí, fue yendo de isla en isla, siempre a un mayor grado de dificultad, hasta que se estancó con Festive. ¿Por qué? ¿Qué intentaba demostrar matándolo a él, teniendo a los príncipes, decenas de invitados nobles, hasta al propio emperador?

Como el primer copo de nieve posándose en el suelo, una idea me vino a la mente, suave, dando paso a una tormenta.

¿Y si quería que la viera? Aunque pudo tener miles de motivos, aquella posibilidad dejaba caer otra. Como las pisadas de los niños al ver la nieve caer, la idea moldeó mi plan.

Ya había llegado al último castillo, y pensaba volver hasta hartarse.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora