Capítulo 47. Yo podría

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El día a día se tornó monótono.

Eleena y Ancor salían temprano para entrenar. Mientras, yo me fijaba en si Asteria enviaba correspondencia a través de la ventana, y Airam parecía distraído en los quehaceres mismos que antaño concernían a Ancor. Tuve la sensación de que la misma mañana después de aquella charla en el porche algo había cambiado entre ellos. Ambos sonreían más y se tomaban momentos para relajarse. Tras los entrenamientos, Airam ya tenía preparado un té y comida para todos. Nos sentábamos a descansar, tuviéramos o no tema de conversación.

Por las noches, entre otras cosas, Eleena y yo leímos los libros que habíamos encontrado en los aposentos del emperador. Analizamos la letra, le preguntamos a Airam y, con su opinión y la antigüedad del papel, llegamos a la conclusión de que pertenecían a mi difunto abuelo.

Al principio parecían recetarios de herbología. Pociones, remedios, tintas, ... Lo que uno encontraría en las enciclopedias oficiales, tan solo que más artesanal. Pero nadie mata a su hermano y luego mantiene durante décadas sus conocimientos en plantas porque sí, por amor a la naturaleza. No eran libros normales, y eso lo teníamos claro.

Aquello duró una semana y pico, más o menos. Hasta que recibimos una carta de Asteria diciendo que el pueblo comenzaba a hartarse de los duelos. Si no había un ganador pronto, los ciudadanos lo elegirían. Y eso podría acabar muy mal o solo regular. Aunque no estaríamos ahí para presenciar las consecuencias, Eleena y yo nos acercamos al castillo para echar un vistazo a la situación.

Los lujos que anteriormente decoraban el palacio Diákora habían desaparecido, y no porque estuvieran de limpieza. Había guardias custodiando los pocos retratos, jarrones y estatuas que se mantenían en un estándar de belleza aceptable. Mientras, los pocos sirvientes que continuaban ahí charlaban con la gente de a pie, compartiéndose cotilleos de las últimas luchas. Aquello parecía una plaza más que un castillo.

Al entrar al pasillo principal escuchamos el ruido de un combate teniendo lugar en aquel momento. Me acerqué hacia la multitud, escuchando el chocar de espadas y otras armas, que debieron haber sido improvisadas tras tantas sesiones desgastando y rompiendo. Eleena intentó adentrarse más para poder ver, pero no lo logró, así que la alcé levemente.

Observamos la pelea unos instantes, y no me costó comprender por qué estaba durando tanto. Los movimientos torpes y lentos, la mano libre temblorosa, las miradas fijas el uno sobre el otro... No querían matarse entre ellos. Y, aun así, eran conscientes de que al fondo de la sala había una enorme corona, con el poder de todo un país y la sangre de nuestros antepasados. Mi tataratataratataralgo.

En el grupo de espectadores se escuchaban murmullos. Todos querían aportar algo, pero casi nadie podía apartar la mirada del centro de la habitación, mucho menos interrumpir el ambiente siseante con vociferos.

―Cuánta violencia, no lo soporto ―dijo una mujer delante de nosotras.

―¿Qué haces aquí entonces? ―le respondió alguien.

―Presenciar un evento histórico, por supuesto.

―¿Dónde está el chico de las apuestas?

―Una pregunta, ¿alguien sabe dónde aceptarán una pintura del siglo pasado?

―Por esas no te dan un duro si no vienen firmadas.

―Y yo pienso y digo, ¿en serio queremos un gobernante que le está costando tanto ganarse su puesto?

―¿Eso no es una muestra de su lealtad al pueblo?

―Pero tiene razón. Suena a un luchador muy malo.

―O uno con un contrincante muy bueno. Que interpretaciones hay muchas, y en realidad...

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora