Capítulo 44. Reunidos y asustados

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Salimos del castillo y llegamos a la entrada del bosque, donde nos esperaba nuestro corcel. Al darnos cuenta de que no cabíamos los cuatro en un viaje, decidimos pedir otro prestado y nos adentramos hasta llegar a la cabaña.

Airam fue el primero en bajar de un salto. Corrió hasta Ancor, que esperaba en el porche, y ambos se abrazaron durante un largo rato. Mientras, nosotras dejamos a los caballos en un lugar seguro y con agua. Les dimos la fruta que habíamos cogido y, entonces sí, los cinco entramos a la cabaña, que de repente era algo más estrecha de lo usual.

―Bueno ―comenzó Eleena. Luego no dijo nada más. Se sentó en la silla del comedor y yo cogí la de al lado. Ancor y Airam se sentaron en el sofá, y Asteria se quedó de pie, observando todo.

―¿Ahora qué? ―dijo Airam, abrigado con un chal de Ancor.

―Podríamos empezar por comer... ―respondió Eleena.

―Ya, pero ¿luego qué? ―intervino Ancor.

―Necesitas unos días más de entrenamiento ―dije.

―No puedo esperar.

―No queda de otra ―Eleena dejó su bolso lleno en la mesa―. Es peligroso salir de las islas si no sabes manejar la maldición por tu cuenta. ¿Imagina que me ahogo y nadie puede protegerte?

―Cosa que no va a ocurrir ―intervine.

―Pero imagina que pasa ―puntualizó ella―. Por esta noche, descansemos y reunamos energía. Mañana tendremos las ideas más claras.

Asteria, que por fin nos prestaba atención, arrugó la nariz.

―Y... ¿Dónde dormiremos?

Hubo un breve silencio.

Al final, la disposición de camas no fue tan compleja. Airam estaría en el dormitorio de Ancor, Eleena y yo seguiríamos como siempre, y Asteria se adjudicó el sofá.

Por la noche me costó conciliar el sueño. No paraba de repetirme que todo había salido bien, que esta historia se había acabado y pronto estaríamos en un lugar muy lejos de ahí. Pero, por algún motivo, sentía que aún faltaban obstáculos por sortear. Solo que eran invisibles y yo iba con los ojos vendados.

A pesar de que sentía un cansancio inusual, me revolví en mi sitio. Mientras daba vueltas en la cama, la luz de la vela junto a la cama de Eleena se encendió. Su rostro iluminado se acercó a mí, y yo me incorporé al ver su ceño fruncido.

―Tengo que contarte algo.

Nos hicimos un chocolate caliente. El blanco, que en realidad no era chocolate real, era de Diákora, mientras que el cacao puro se lo quedaron los de Jashá. Jamás perdonaría aquella división, porque ambos me encantaban.

Ancor también había sido llamado. Al parecer, la conversación era sumamente secreta.

―¿Qué ocurre? ―susurró él cuando llegó a la terraza con una bandeja. Tres tazas descansaban en ella, humeantes, y las dispusimos en la mesita―. Casi despierto a Airam por las prisas...

―Creo que he descubierto cómo detener la maldición ―dijo Eleena, y todos nos quedamos callados un momento.

Me acerqué un poco a ella.

―¿Y bien?

―Sabéis que una maldición tiene un... Un objetivo, y eso, claro...

Asentimos.

―... Y, claro, alguien tiene que ser el que lance la maldición...

Volvimos a asentir.

―Entonces, es como si un hilo uniera al portador y exportador. Si alguno muere, en especial el segundo, el hilo ya no une nada, así que la maldición desaparece. Así que, si alguien tiene una maldición, pero la persona que se la puso fallece, se podría decir que se... Cura.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora