Capítulo 5. Entre dos historias

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Sonará trillado, pero la celda estaba muy oscura.

La única luz natural provenía de una ventanita con barrotes casi a la altura del techo. Por debajo de una puerta de madera se colaban pequeños rayos de luz anaranjada, tirando a roja. Las paredes, de piedra, tenían demasiadas grietas para que aquello pudiera considerarse seguro para el público.

Se escuchaba el sonido de la lluvia. Estaba sentada en una esquina cuando una gota de agua me cayó en la nariz, pero no moví ni un dedo para apartarla. Me pesaban los músculos lo suficiente para permitir que el agua recorriera mi rostro, uniendo las pecas que se encontraba como un dibujo.

Horas atrás, no hubiera dudado ni un segundo en encerrar a cualquier delincuente en aquella celda oscura y húmeda, que no le permitiría ni el lujo de ver más allá de sus propias manos. De hecho, al principio de mi carrera soñaba con llenar aquellas celdas hasta tal punto que no hubiera más criminales vagando libres. Con el tiempo, aquella fantasía comenzaba a resultar demasiado... Irreal. Pero seguía deseando dar el máximo.

Dentro, claro, no me hacía ni pizca de ilusión.

Ahora que era yo la que estaba encerrada, el sistema penal me parecía injusto y desproporcionadamente ineficaz. ¿Dónde quedaba la presunción de inocencia? Ni siquiera había podido explicarme. Claro que, a ver cómo les convencía de que mi historia era cierta.

Estaba condenada. Había vuelto a perder, y esta vez no me quedaba opción con la que luchar.

Otra gota cayó, esta vez humedeciéndome el pelo, rojo como el vino. Había estado encerrada ¿cuánto? ¿Una hora? ¿Una semana? No tenía ni idea. Ni siquiera los diminutos barrotes que daban al exterior aportaban demasiadas pistas. En aquel lugar, decía el emperador de Diákora, el día y la noche se fusionan. Según él. Como probablemente ahora estaría diciendo lo mucho que se arrepentía de haber confiado en mí, de haberme tenido tan cerca. A pesar de que yo le había salvado la vida.

Escuché pasos acercarse, aquel ruido ya no me hacía sonreír. De hecho, me costaba pensar que encontraría algún motivo para sonreír antes del próximo año. Si vivía.

―Ay, mi pie ―se quejó una voz a mi lado. Una voz chillona pero dulce, y a la que le podía atribuir casi por instinto una cabellera dorada que desafiaba las leyes de la naturaleza, además de unos ojos violetas y grandes.

Sin embargo, no respondí. No me apetecía saber nada del tema. Si había venido a burlarse, me daba igual.

Ni siquiera le dediqué una mirada. Estaba más interesada en las losas del suelo, y el flequillo me restaba parte de visión en aquella postura. Pero podía ver sus botines de cuero blanco y unos leggins negros, dando vueltas por la celda, como si analizara cada detalle en el que se posara.

Yo, en lugar de llevar mi uniforme, me habían obligado a ponerme una túnica celeste que me llegaba hasta los tobillos. Quizás hacía un tiempo me hubiera quejado por ello. Pensarlo en aquellas circunstancias parecía más una vía de escape de la realidad.

―Bueno, ¿nos vamos, o qué?

Justo cuando levanté la vista me percaté de lo cerca que sonaban los pasos metálicos. Tragué saliva antes de hablar.

―¿Perdona? Prefiero morir antes que irme contigo.

―Lo dudo un poco.

Shadow se acercó a la pared más alejada de la puerta, a pocos pasos de distancia entre nosotras. De su vestido blanco sobresalían unas mangas negras con pequeños hilos de plata. También llevaba guantes y un chubasquero que le cubría los hombros y la cabeza. Arrancó uno de los finos hilos y dibujó con él una apertura en la pared. Del borde salía un extraño humo negro. Quizás humo no era la palabra adecuada, pero sí la más descriptiva. Era un aura que podías percibir mejor con otros sentidos que con la vista.

Aquella magia no se aprendía en la escuela ni se encontraba documentada en ningún libro, porque yo misma había estudiado mucho. Pero lo que en aquel momento me importaba era que la luz del día, aunque estuviera plagado de nubes grises, me molestaba en exceso, y de pronto había demasiada corriente. Creí que estaba en un sótano, pero parecía más una torre alta.

Con la luz pude verla mejor. Tenía el pelo oculto por el chubasquero, aunque la parte delantera estaba húmeda. Cargaba algo en la mano. Un chubasquero grande.

―Estás loca si piensas que voy a saltar.

―¿Qué dices? Te matarías. Está muy alto.

―¡No! ¿Qué me cuentas?

―Basta de cháchara, Alyssa.

Señaló con la mirada la puerta a su espalda. Los guardias estaban aporreándola mientras me ordenaban a gritos que desbloqueara la puerta. Las cadenas que habían servido como soporte para un banquillo ahora les impedía el paso.

―No te preocupes. ―Shadow sonrió―. Que yo te llevo.

A un lado estaba toda mi vida, mi orgullo, todo lo que fui y jamás dejaría atrás, incluso si tenía a todo el mundo en mi contra. Incluso si significaba la muerte.

Al otro lado estaba ella.

Ambas opciones me aterraron. 

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora