Capítulo 6. Ancor

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Pero a veces tienes que elegir el camino lleno de explosivos para llegar a alguna parte. Lo que no había explosivos, en realidad, de hecho, ni siquiera tenía la oportunidad de tocar tierra. Me tenían sujeta como un saco de estiércol, mientras veía cómo ella, que tan solo necesitaba de un brazo para cargar conmigo, se columpiaba por las torres del castillo con aquellas extrañas sombras. La lluvia nos golpeaba el rostro y los chubasqueros de poco servían ahí.

―¿De qué es esa sombra? ―pregunté a gritos.

―¡Del castillo!

Me hubiese gustado apreciar las vistas o indagar sobre el tema, pero todo el pelo me cubría la cara. Y estaba demasiado ocupada aferrándome a la vida para apartarlo. Tenía el corazón en la garganta.

Aun así, era imposible que no nos estuviera observando medio reino, ¿qué clase de huida chapucera era aquella? Había tenido muy mala suerte de toparme con alguien tan descuidado.

Tras varios minutos en el aire, Shadow se posó suavemente en el suelo y soltó a una mareada yo, que tomó una gran bocanada de aire con los ojos cerrados. Volar no estaba entre mis sueños por cumplir.

―Podrías habernos matado.

―Qué fina que eres.

Nos quedamos en silencio bajo la copa de un árbol. Tan solo se escuchaba mi respiración recuperar un ritmo normal. Me acompañaba la melodía de la naturaleza: hojas rozando otras hojas, pájaros cantando en la lejanía... Aquella calada fría que te entra en los pulmones, como un abrazo de la madre naturaleza que te da la bienvenida al refugio entre sus árboles.

―Qué frío ―dije.

―Haberte ido a otra isla. Como, no sé, Címelios.

No había soldados. Ni gritos. Ni pisadas de metal. Ni siquiera el murmullo incesante del castillo, que solo notabas cuando te alejabas cien metros y lo que sentías era su ausencia.

Suspiré, quizás por sexta o séptima vez, y me incorporé con parsimonia. Ella me miraba con una expresión neutra que, más que intentar ocultar algo, simplemente demostraba que no tenía nada que aportar. Estaba esperando como quien espera a que su amigo pida un helado, solo que con menos prisa porque el tuyo se está derritiendo y queríais comerlo juntos. Tenía las manos unidas en la espalda, como si fuera un viejo sabio. Más bien era su antítesis.

―¿Vas a vomitar?

―No te voy a dar el placer de saberlo ―La miré de reojo, para luego continuar analizando el entorno. Estábamos en la entrada de un bosque. Las hojas de los árboles eran turquesa. A pocos metros, una cortina de lluvia relucía frente a nosotras.

―Bueno. Espero que con esto haya saldado nuestra deuda.

―¿Deuda? ―Fruncí el ceño.

―Te he quitado cosas que soy consciente de que te importan. Así que salvo lo más valioso que te queda: tu vida.

―¿A esto lo llamas salvar?

Shadow comenzó a caminar hacia el bosque. Vi cómo se adentraba a una zona sin sendero con total seguridad. Aunque la tormenta oscurecía el día, la verdadera oscuridad estaba ahí dentro. Pero, afuera, ¿qué quedaba para mí?

Decidí seguirla, consciente de que no sabía a dónde ir si le perdía la pista. Además, había recuperado algo de motivación. Todavía estaba a tiempo de ganar la partida si tan solo no me dejaba derribar de nuevo.

Parecíamos estar en un camino, pero tanto si mirabas al frente como hacia atrás, no había una continuación. Los árboles simplemente habían hecho un hueco para que se pudieran atravesar.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora