Capítulo 4. Entre dos mundos

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Ya no estaba tan segura.

¿Vendría por la noche, tal vez? Parecía lo más lógico. Aunque solo yo conociera su rostro, ya no podía disfrazarse de doncella para colarse.

Sin embargo, la noche era peligrosa en Kafyra. Había bestias que despedazaban a los que elegían un paseo nocturno. También había un toque de queda para evitarlo. Uno que dejaba vía libre para colarse en los sitios.

Esperé a que un velo de oscuridad atrajera a todos hacia sus dormitorios. Salí del mío y, para que mis pisadas no resonaran sobre la madera, fui por uno de los jardines interiores. Era el menos cuidado y, por tanto, una zona casi fantasmal. No crecían flores, y los arbustos que de otra forma tendrían hojas celestes, en aquel momento rogaban unas gotas de agua.

Desde ahí podría acceder a una zona aún menos concurrida: la biblioteca. Cada miembro de la familia real tenía su propio librero en el dormitorio, así que a poca gente le interesaba pasarse por una zona que los sirvientes tenían poco interés en limpiar, a menos que quisieran perderse o acabar enfadando a bibliotecario por el ruido. Era de acuerdo mutuo que el hombre vivía mejor en soledad, y los demás viviríamos mejor sin verlo.

Por la noche, solo por si acaso, manteníamos algunos guardias en zonas clave. Aquella no era una, más allá de tener una biblioteca sucia y joyas abandonadas. Me encontré sola en aquel sitio.

Pasillos poco iluminados, alfombras descoloridas, puertas que protegían cuartos de la limpieza. Era una zona perfecta para entrar a robar, y estaba segura de que aquel sería el acceso de Shadow. Mi ventaja era conocer más allá de aquellas paredes: huecos tras los armarios, paredes falsas, libreros que antaño escondían pasadizos... Con mi propia guía memorizada, recorrí el camino hasta la sala de joyas en tiempo récord. Tuve hasta tiempo para pelear con una araña de diez patas. En realidad, parecía más interesada en comerse a sus propias crías, pero por si acaso.

Había logrado mantener la mente fría, controlar cada paso y estar alerta. En nuestro anterior encuentro había cometido un error garrafal. No volvería a crear una barrera emocional en el momento más importante.

Debía dejar que el miedo escapara de mi cuerpo, como una corriente que terminaba en mis extremidades. Porque, aunque en el momento costara admitirlo, me asustaba pensar en lo que podría ocurrir. Había muchos escenarios posibles, y solo perseguía uno: detener aquella pesadilla. Vengar allí mismo a todas las víctimas era tentador, pero hubiera sido injusto. Shadow merecía un final mucho más trágico.

Parecía que el ritmo de mis latidos lo marcaba la tensión, pero la realidad era que estaba todo controlado. Estaba a unas pocas puertas de la sala de joyas de la reina. Y, como era yo quien asignaba los puestos de los guardias, había creado la ocasión perfecta para un robo en plena noche.

Un marqués subió las escaleras adyacentes sin percatarse de mi presencia. Llevaba tres semanas negociando la patente de una fruta que había "descubierto". Según él, las cerezas de sus tierras curaban la visión. A él le hubieran venido bien si se atreviera a tomarlas.

Me acerqué al pasillo, sin nadie a la vista, y abrí la puerta decorada con diamantes y plata. El pomo era de un material perlado, así que mis guantes resbalaron un poco. Una puerta muy bonita con el nivel mínimo de utilidad.

Nada más poner un pie dentro de la sala, me quedé quieta. El silencio relucía como las joyas en sus atriles. Si había una criminal cerca, se estaba ganando una reputación importante como fantasma. Pero eso daba igual. Shadow aparecería y yo iba a detenerla.

Si es que no me había equivocado.

Me repetí a mí misma que había creado la situación perfecta. Y que, si metía la pata, nadie se enteraría.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora