Capítulo 18. Con una taza de café y palabras que imponen

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Llegamos a la cabaña cuando el sol comenzaba a bostezar y tumbarse en el horizonte. Algunos pájaros cantaban afuera. Si fueran conscientes de ello, su canto se podría materializar en... No lo sé, probablemente algo digno de acabar con el mundo. Uno es más feliz cuando desconoce lo que no quiere saber, o cuando convenientemente el ignorante es el otro.

Temblando, nos escurrimos el pelo junto a la alfombra. Si algo tenía la Dinastía Emyskala, eran tormentas repentinas.

―Voy a cambiarme ―dijo Shadow, o al menos su versión chihuahua. Se alejó de puntillas, como si tocar el suelo le diera aún más frío.

Fue entonces cuando me di cuenta de que iba descalza, y que yo era la desgraciada que había entrado con los zapatos hechos un asco. Me los quité y los dejé fuera junto a los suyos.

Volví a centrarme en el cantar de los pájaros. A este sonido se le unió el repiqueteo del cristal, y luego el rugir del agua hirviendo.

Me acerqué a la cocina y vi a Ancor de espaldas. Los animales aleteados sujetaban utensilios diminutos, picoteaban en la comida que sobró anoche (que él había puesto en un cuenco junto a la ventana), o se posaban en su hombro cubierto por un abrigo. Su cuello estaba protegido con una bufanda.

―Necesitas descansar ―dije.

Él se giró con calma, y su expresión fue nula al verme.

―Te hice café.

Me removí en mi sitio. Pensé que sería mejor si no me acercaba. Que estaría enfadado conmigo, o al menos aterrado. Tragué un poco de saliva.

―Gracias ―susurré.

No me fijé en que había dos tazas en la mesa hasta que la señaló con la mirada. A lo largo de los días, había aprendido que Shadow detestaba el café, su aroma, y todo lo que lo representara. Así que me puse nerviosa, con el horror aún palpable en nuestros recuerdos.

No tenía sentido, porque estuve a punto de matarlo hacía menos de una semana.

―No hace falta que...

―Hablemos.

―Oh. Vale.

Tomé asiento. Él sirvió el café con tranquilidad, una parsimonia que me puso más nerviosa aún. Qué mal se me daban las palabras. Además, tenía muy poca experiencia con las conversaciones incómodas (y más si son necesarias).

―No te guardo rencor ―dijo mientras se sentaba.

―Estás en tu derecho de todas formas ―suspiré―. Casi te mato anoche ¿entiendes la gravedad del asunto?

―Alyssa, lo digo de verdad. Era imposible que lo supieras. Incluso... me preocupaba lo que pensarías sobre mí.

Abrazó con sus dedos la pequeña taza. Evitaba mirarme a los ojos, jugueteando con sus pies debajo de la mesa. Al final, se atrevió a cruzar la mirada conmigo.

―Pensé que me tendrías miedo.

Vaya.

―Claro que no. Es decir, antes sí, pero sabiendo ahora que eres tú...

Sonrió. Luego, dio un sorbo a su taza. Se quedó mirando el contenido unos segundos.

―Fui imprudente al salir. Pero es que quería verlo, ¿sabes?

Airam. Desde el principio, no tenía pensado seguir mi plan. Sabía que no daría resultado. Lo que él quería era ver a Airam, aunque fuera unos segundos.

Me pregunté, entonces: ¿Ya sabía Airam que Ancor aparecería? ¿O jamás, siquiera, se lo hubiera imaginado?

Escuché unos pasos. Shadow entró con un atuendo seco. Nada más percibir el olor a café hizo una mueca.

―Ugh.

Como si se hubiera dado cuenta de que interrumpía algo esencial para nuestro desarrollo como adultos funcionales (aunque Ancor necesitara unos años más para eso), dio media vuelta y desapareció sin añadir nada.

―Trabaja para el padre de Airam, ¿lo sabías?

―Sí ―respondió él.

―Mmmm. ¿Airam lo sabe?

Ancor me observó de arriba abajo.

―¿Dónde habéis estado? ―preguntó.

―Eh... ―me rasqué la nuca. No estaba segura de si debía compartir aquella información―. ¿En una tormenta?

―Vas a enfermar si no te cambias.

Asentí.

―Cuando me termine el café.

Y disfrutamos del café en silencio.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora