Capítulo 52. Sensación de llanto, vacío en el alma

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Lo primero que dejé fueron las flores. Fue de lo que menos me costó despegarme. Los pétalos, suaves y coloridos, se llenaron de tierra, pero se acostumbraron a su nuevo hogar. Sabían bien que nadie volvería para reemplazarlas, y que más les valía aprovechar aquella paz mientras durase.

Mientras sujetaba la foto de mi abuelo, me pregunté hasta qué punto tenía razón la vocecilla en mi mente. Si la isla quedaba deshabitada, ¿qué impediría a los aldeanos sacarle provecho en cuanto se dieran cuenta? ¿Un par de cadáveres? Eso es lo que mi familia y yo habíamos sido todos aquellos años para ellos. Dudo que verlo hecho realidad les causara pena alguna.

Le di un beso a la foto antes de ponerla junto a las flores, protegida con un lazo para que no navegara con el viento. Algún día acabaría haciéndolo, cuando las flores murieran, y tal vez el rostro de mi abuelo se desintegraría en el mar. O puede que llegase hasta una nueva orilla.

Por último, dejé un colgante. No era suyo, ni mío, pero me perteneció durante una gran parte de la aventura. Cuando lo descolgué y lo coloqué junto a las tumbas, sentí un peso recorrerme el cuerpo hasta escapar por mis dedos. No me pregunté hacia dónde habría ido, porque lo importante era que ya no estaba en mí.

Era un día demasiado tranquilo. Al menos para nosotros, que no vivíamos en la ciudad. La destrucción de las coronas había hecho que los habitantes de todas las islas subrayaran el fin. Sabía con seguridad que saldrían adelante si no se mataban entre ellos. Y, si lo hacían, algún superviviente señalaría un nuevo mañana. Tan solo esperaba que no cometieran el mismo error.

Lo que sí sabía era que no quería dejar el país a su suerte, no cuando mis acciones habían causado parte de todo aquello. Para irme tranquila, alguien había de ser la voz provisional.

Por el momento, mi primer paso fue ponerme en pie. Observé las tres tumbas frente a mí. Improvisadas, sin lápida para recordar quiénes descansaban ahí abajo. Alcé la mirada al darme la vuelta e irme de mi primer hogar.

GRETA OTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora