Capítulo 25.

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Me sentía agotado, no entendía lo que acababa de pasar con Amelia. Se ha puesto echa una fiera y no me ha dejado explicarle las cosas, es verdad que le había mentido pero era por una buena razón. Samantha era mi agente inmobiliaria, estoy buscando la casa perfecta para irnos a vivir juntos. Mientras comíamos en el restaurante me estaba aconsejando anillos de matrimonio después de enseñarme algunas casas, por eso me escribió ese mensaje y ahora.. La he perdido. Anduve por la calle en la oscura noche hasta llegar a casa de mi abuela, la cuál se sorprendió al verme allí, ya que, prácticamente vivía con Amelia. Le conté lo ocurrido mientras lloraba con ella, me entendió y me dijo que tengo que darle tiempo y espacio para que reflexione y acomode sus pensamientos pero me cuesta.

La ví en el parque, estaba feliz, sonriente y preciosa con ese vestido blanco pero ahí tampoco quiso escucharme, parecía tan feliz sin mí que me derrumbé cuando se marchó ignorándome y ahora, está en ésta discoteca con un chico que no conozco cuatro días después de terminar la relación, me ha olvidado rápido. Odio la forma en la que baila con él, sólo baila así conmigo pero sé que lo hace porque me ha visto. No puedo verlo más. Salí a la calle a tomar un poco de aire y fumar, necesitaba fumar para relajarme. Me encendí el cigarro cuando ví que salía con él de la discoteca. Escuché cómo él dijo que la iba a acompañar a casa y sin pensarlo los seguí, sé que no debería pero necesito hacerlo. Iba bastantes metros por detrás para que no se dieran cuenta, sólo quería que llegara bien a casa, necesitaba asegurarme de que ese tío no iba a hacerle nada.
Le contó que me había dejado porque le había puesto los cuernos, lleno de rabia di un puñetazo a la pared que tenía a mi lado, destrozando la piel de mis nudillos.

Amelia, si tan sólo me dejases explicártelo...

Se despidió de él con un beso en la mejilla, cosa que odié con todo mi corazón y ella entró en casa. Me quedé sentado en la acera de en frente un rato pensando en llamar y explicarle las cosas pero recordé lo que me dijo Nana y volví a casa. Tenía que darle su tiempo.

***

Ha pasado un mes desde aquél odioso día en el que me dejó, no he levantado cabeza desde entonces. La he visto alguna vez pero sigue ignorándome, sólo sé de ella por Marcos, a quien le pedí que no contase nada de que hablaba conmigo, quería arreglarlo yo, por mí mismo. Necesito que me escuche a mí, a nadie más que a mí. Marcos me contó que está trabajando con la editorial a la que llevó sus maravillosas novelas, estoy muy orgulloso de ella, sabía que lo conseguiría.

Me levanté de la cama por la llamada de mi abuela para desayunar.

- No tengo hambre, Nana. -Dije apático.

- Rubén, no puedes seguir así.. -Dijo preocupada.

- No puedo hacer nada.. Pensé que se le pasaría pronto y podría hablar con ella.

- Yo también lo pensaba. Creo que debes actuar ya. -Dijo animándome.

- ¿Tú crees? -Pregunté dudoso.

- Sí, hijo.

Hice caso a Nana y busqué la forma de como hacer que me escuche, tenía que buscar el momento perfecto.

Paseé por el parque, ella siempre paseaba por aquí a la misma hora pero hoy no estaba. Volví a casa caminando, sin darme cuenta había llegado hasta la casa de Amelia.

Se había hecho de noche y llovía pero no me importaba. Llegué a la puerta, nervioso y dubitativo por llamar, no sabía cómo iba a reaccionar ni qué me iba a decir. Me armé de valor, suspiré y llamé al timbre.

Rubén, ¿qué haces aquí? -Preguntó confusa.

- Hola.. -Dije nervioso.- Quería hablar contigo.

- Claro, pasa. -Dijo dejándome pasar.

Nos miramos fijamente y de la nada se abalanzó sobre mí, no me lo esperaba pero lo acepté con muchas ganas. La cogí como un koala y nos besamos, como echaba de menos sus besos. Sus besos son maravillosos, no quería dejar de besarla nunca, la amo tanto.

Caminé hasta el sofá con ella en brazos y me senté quedando ella encima de mí mientras aún me besaba con deseo y desesperación. Nuestras lenguas jugaban juntas de nuevo, acaricié su cuerpo con mis manos como solía hacer normalmente, me encantaba tenerla así conmigo, sus besos, sus caricias, su cariño... Quería explicarle lo que pasó pero esto está mucho mejor, dejamos de besarnos y nos miramos mientras yo acariciaba su cabello rubio. No hacía falta palabras entre nosotros, con mirarnos nos decíamos todo.

Ella comenzó a llorar en silencio y la abracé, uniéndome a su llanto, la había echado tanto de menos que sólo podía llorar al ver que sigue enamorada de mí.

Desde siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora