Capítulo 1

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Queda oficialmente una hora para que empiece mi verano. 

Llevo meses deseando que llegase este momento y por fin estoy montada en el coche dirección a Valleflor. Me muero de ganas por reencontrarme con mis amigas del pueblo. 

Cada vez se me hacen más duros los inviernos en la ciudad. Es cierto que si viviese los doce meses del año encerrada en las calles de piedra de Valleflor me volvería loca, pero ahora mismo estoy deseando llegar.

Mi padre ya ha vuelto a poner su música rockera en el coche y parece que a mi hermana pequeña le está gustando porque no deja de darme codazos con sus movimientos.

—¿Te importaría parar de una vez, Carol?

Odio a mi padre cuando se pone en modo "joven", como dice él siempre. Y odio a mi hermana por ser tan parecida a él. Menos mal que tengo a mi madre, la cual está comenzando a poner su cara de que una canción más de ese estilo y el coche dejará de tener al piloto.

—Cariño, pon la radio mejor. Llevamos una hora escuchando al mismo grupo.

—Pero tu hija lo está disfrutando.

A través del retrovisor veo como mi padre guiña el ojo a mi hermana pequeña, quien sigue moviendo la cabeza de un lado hacia el otro sin miramiento alguno.

—Te recuerdo que tienes dos hijas, papá, y las dos no disfrutan con esta clase de música.

—De acuerdo...

Unos segundos después una canción de un artista que desconozco comienza a sonar en el coche mientras observo con atención el paisaje repleto de árboles. Me encanta el bosque, pero ahora que vivo en el centro de Madrid me he acostumbrado a todas las comodidades de la gran ciudad. Metro, tiendas, espectáculos... lo tiene todo, muy al contrario de Valleflor.

Allí la vida es muy diferente.

Todas las calles son estrechas y de piedra, y la mayoría de las personas que viven en el pueblo se conocen entre sí.

Pero, pese a todo ello, me encanta pasar los veranos en el pueblo. Mi padre se crió allí y años más tarde conoció a mi madre, dando lugar a una bonita historia de amor que acabó conmigo y con mi hermana.

—¿Estarán las primas allí ya? —pregunta mi hermana incorporándose hacia los asientos delanteros.

—Claro. Los abuelos han dejado la casa preparada para toda la familia. Seguramente tus tíos y tus primas hayan sido los primeros en llegar.

—¿Y cuándo llegarán los abuelos?

La pregunta de mi hermana me hace recordar que este verano será diferente al resto. Normalmente los abuelos nos solían recibir en el chalet del pueblo y pasábamos con ellos los tres meses del verano, antes de volver a empezar las clases. 

Sin embargo, este año no será así.

Hace unos meses diagnosticaron a mi abuelo cáncer de pulmón. En principio, y según me han contado mis padres, no está muy avanzado y le permitirá seguir haciendo su vida con normalidad, pero tampoco me lo creo mucho. 

—Parece que ya llegamos —indica mi padre señalando el cartel rectangular de bienvenida a Valleflor.

Una gran cuesta llena de curvas nos recibe antes de adentrarnos en el laberinto de calles empedradas. Mientras mi padre se mantiene atento para no desviarse de la carretera y evitar caer en el precipicio que tenemos a nuestra derecha, yo me quedo en silencio pensando en lo que me depararán los próximos tres meses.

Cada verano en el pueblo es diferente. 

Aunque no tengo un grupo de amigos muy amplio aquí, todos los años vuelvo a la ciudad con una cantidad indecente de anécdotas para contar. Ayer mismo hablé con Lena y Sofía para asegurarme de que este año también vendrían. Ellas, junto a mi prima Clara, son mi grupo de confianza. Más que suficiente. 

—Señores pasajeros, acabamos de llegar al destino —anuncia mi padre imitando la voz de un piloto de avión.

Todo está tal y como lo recordaba. Hace calor, demasiado calor, pero nada impide que sonría de par en par al ver a mis primas en la puerta del chalet listas para recibirnos.

—¡Olivia! —grita corriendo hacia mí Clara.

Siento sus brazos apretarme con fuerza mientras miro de reojo como mis padres saludan a mis otras primas pequeñas y a mis tíos.

—Te he echado de menos —consigo decir cuando me suelta y me deja respirar.

Clara me sonríe y me agarra de la mano tirando de mí para que entre en el interior de la casa. Al adentrarme en el chalet la esencia del tiempo parece danzar en cada rincón, contándome historias que se han tejido en las fibras de sus paredes.

—Nuestra habitación está ya preparada. Me he encargado personalmente de que tenga todo lo necesario para estos tres meses de verano. ¡Van a ser inolvidables! —exclama entusiasmada mi prima.

La miro y no puedo evitar reír. Aunque ella es unos meses más pequeña que yo, siento que es como mi hermana. Prácticamente nos hemos criado juntas en este lugar, jugando en cada rincón de la casa durante las tardes de verano. Ahora, nuestros modos de diversión son distintos, pero encajamos a la perfección igualmente.

—¿Más inolvidable que el verano anterior? ¿Acaso este verano estará también Silva?

A los segundos siento su codo sobre mi hombro. Parece que no tiene para nada superado a Daniel Silva.  A fin de cuentas, el verano pasado fue un verdadero capullo con ella. 

Yo la advertí. Se lo dije. Sé calar a la perfección a esa clase de chicos, pero, a pesar de todo, ella cayó en su telaraña. 

Es por ese mismo motivo por el que prefiero seguir siendo la solterona de la familia para siempre antes que dejarme engañar por insectos como él.

—Este verano nada de chicos, Olivia.

—Eso mismo dijiste el verano anterior y mira como acabaste: llorando por todas las esquinas mientras él se enrollaba con medio pueblo.

—Con tres chicas solo, para ser exactas —recalca—. Y ahora, coge tus maletas y subamos a la habitación.

Sin insistir más en el asunto, porque sé que servirá de poco, comienzo a subir los escalones de la casa cargada como una mula. Siempre temo no haber guardado suficiente ropa en la maleta para pasar los tres meses aquí, pero ahora mismo, con veinte kilos sobre mis espaldas, juraría que metí suficiente.

La habitación que comparto con mi prima en el chalet es muy acogedora. Dos camas separadas, con cabeceras de madera y sábanas blancas, ocupan un espacio donde la luz de la tarde se filtra suavemente a través de las cortinas de encaje. La decoración tiene un toque nostálgico, con una cómoda antigua que guarda fotografías familiares y pequeñas joyas. 

A medida que comienzo a colocar la ropa en el armario observo a mi prima tumbada sobre su cama escribiendo a alguien. Solo espero y deseo que no esté hablando con el idiota de Silva. Por el bien de ambas.

—Estoy hablando con Lena —acaba diciendo finalmente.

Una ráfaga de aire inunda mis pulmones al escuchar a la causante de la sonrisa de oreja a oreja que luce en su rostro.

—¿Ya está aquí?

—Dice que le queda media hora para llegar. Me ha preguntado si queremos salir esta noche con ella. La he contestado directamente que sí.

Mi prima me sonríe y se apoya sobre la cómoda de madera. Siento sus ojos posados sobre mí, esperando que afirme que iré al plan.

La duda me ofende, claro que quiero salir esta noche, principalmente por si hay posibilidad de que me encuentre con Brais. Sé que tenía que haberlo olvidado y que nuestro beso, del que han pasado ya dos años, no significó nada para él. Pero, siendo sincera, quiero encontrarme con él y que vea como he cambiado —a mejor espero—. El verano pasado me contaron que se había ido a Italia de Erasmus y no le pude ver, por lo que es probable que ya haya vuelto y se encuentre en Valleflor también.

—Cuenta conmigo, Clarita. Esta noche comienza oficialmente el mejor verano de nuestras vidas. 

Amor de alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora