Capítulo 23

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La luz del sol se filtra a través de las hojas de los árboles, proyectando destellos de luz titilante sobre la superficie del río.

Estoy nerviosa. Muy muy nerviosa. 

La espalda de Lucas me impide ver el horizonte, y el frío de la madera sobre la que estoy sentada está empezando a calarse en mis huesos. Nuestra canoa es pequeña, de color azul, pero suficiente para intentar sobrevivir a la bajada.

Comienzo a escuchar el murmullo de nuestros contrincantes y del público observándonos con atención. Es un recorrido corto, de apenas cuatro kilómetros, y la tensión en el aire ya indica que el pistoletazo de salida está a punto de darse.

Miro a mi alrededor y cuento un total de nueve canoas más, todas colocadas a la misma altura. Y, en la última, a la derecha del todo veo a Cassandra, participando con el chico de pelo rizado. Sin poder evitarlo, pongo los ojos en blanco y desvío mi mirada hacia la izquierda, en donde veo a Brais subido en una canoa con una chica rubia que había visto en la fiesta de la hoguera.

Todo queda en familia..., podríamos decir.

Mis dedos se aferran al remo con fuerza y Lucas se da la vuelta para mirarme una última vez antes de que empecemos a descender. Sus ojos están chispeantes y me lanza una sonrisa confiada.

—Vamos a arrasar, Olivia —me asegura, y siento una ráfaga de determinación.

Ambos sabemos que esto no es solo una carrera; es una prueba de nuestra destreza para cumplir con nuestro acuerdo secreto. Echo un último vistazo a Cassandra para comprobar que nos ha visto juntos y escucho el sonido del silbato retumbar en el bosque.

Sin tiempo de reaccionar, nuestra canoa se lanza hacia adelante, coartando el agua con cada paso. Las aguas turbulentas del río nos reciben con una mezcla de rugidos, como si estuvieran ansiosas por poner a prueba nuestra habilidad. Mi corazón late con fuerza mientras enfrentamos los primeros rápidos, y las aguas frías salpican mi rostro.

Lucas y yo nos coordinamos a la perfección para mi sorpresa. Cada remada es un baile sincronizado, una danza en la que la canoa se convierte en una extensión de nuestros dedos. Las rocas emergen como obstáculos desafiantes, pero las esquivamos con movimientos rápidos y precisos, tal y como me enseñó.

Sin embargo, la tensión aumenta con cada giro y cada cambio en la corriente.

Intento mantenerme firme, pero el remo pesa demasiado y yo apenas tengo fuerza. Aun así, hago lo que puedo y seguimos descendiendo mientras que otras canoas se van quedando por el camino.

De repente, nos encontramos frente a un tramo de aguas embravecidas. La corriente se agita, y las olas amenazan con engullirnos. La adrenalina bombea a través de mis venas cuando me sumerjo en la tormenta acuática. La canoa se sacude, pero la mantenemos bajo control, luchando contra la furia del río.

Lucas se gira hacia mí durante un segundo e intercambiamos una mirada de determinación. No hay necesidad de palabras; estamos conectados por el deseo de vencer. Las aguas turbulentas nos desafían, pero respondemos con audacia. Cada remada es un acto de resistencia, un paso más hacia la victoria.

La línea de meta se acerca, y el rugido del río se desvanece a medida que avanzamos hacia aguas más tranquilas. El corazón late en mis oídos cuando cruzamos la línea de llegada, y una ola de alivio nos envuelve al instante.

Acabamos de superar la primera prueba. Sanos y salvos. Junto a otras seis parejas que nos están fulminando con la mirada, incluidas la de Cassandra y la de Brais.

—¡Lo conseguimos! —vocifera eufórico Lucas mientras me alza en sus brazos.

Observo como Cassandra no deja de mirarnos y se muerde el labio inferior. Está funcionando nuestro plan.

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