Capítulo 27

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Esta mañana durante el entierro sentí un torbellino de emociones que me envolvía con fuerza. Cada palabra del cura y cada paso que daba hacia el nicho era como caminar en un sueño irreal, donde la realidad pesaba más de lo que podía soportar.

Lloré. Lloré como nunca había llorado antes, mientras que los rostros de mi familia estaban marcados por la pena, y el cielo, que debería haber sido azul y sereno como otro día cualquiera, se llenó de nubes oscuras.

La tristeza envolvía mi corazón con cada palabra pronunciada, y las imágenes de los momentos felices con mi abuelo se proyectaban en mi mente como una película nostálgica. No han pasado ni veinticuatro horas y ya le echo de menos.

Mi abuela se ha vuelto junto con una de mis tías a su casa de la ciudad. Dice que es demasiado doloroso para ella dormir en la misma cama donde ha estado él por última vez.

Pero yo confío en que con el transcurso del tiempo todo mejore.

Ahora, sentada junto al río en el claro del bosque, viendo cómo el sol se esconde detrás del horizonte, pienso en esa cosa a la que todos le tememos tanto: la muerte.

A veces la siento como ese profesor serio que te enseña las lecciones más difíciles. No es la clase de amigo con el que querrías tomarte un café, pero al final del día, te enseña algo valioso sobre la vida.

Mi abuelo me decía una frase que recordaré por siempre: "Disfruta cada día, porque no sabes cuántos te quedan". Él siempre disfrutaba cada día como si fuese el último, incluso cuando le diagnosticaron la enfermedad.

Por ello, para mí, la muerte es como el cambio de escena en una película. Un giro en la trama que nos hace mirar hacia adelante con incertidumbre. Es esa parte de la historia que nos deja pensando en lo que vendrá después. Quizás, en lugar de temerla, deberíamos abrazarla como una compañera de este efímero viaje. Como las hojas que caen en otoño, cada partida es un adiós necesario en el proceso de vivir.

Y por eso, aquí sentada, viendo cómo el río sigue fluyendo sin descanso, me doy cuenta como cada uno de nosotros somos una nota de una melodía eterna. Y en esa idea encuentro un poco de paz para el desasosiego que arrasa mi interior.

—Hola, Oli.

Una voz detrás de mí me saca de golpe de mis pensamientos y me doy la vuelta asustada.

Mis ojos se encuentran con los de Lucas. Va vestido de negro y su melena rubia está brillando bajo la luz del atardecer.

—Hola.

Sin mediar más palabras, se acerca a mí y me envuelve entre sus brazos. Yo me amoldo a su cuerpo y permanecemos en silencio así durante varios minutos.

Necesitaba un abrazo. Necesitaba su abrazo.

Su perfume me hace sentir mejor y cierro los ojos mientras una lágrima traza un pequeño sendero por mi mejilla.

Lucas se separa y con delicadeza me limpia la lágrima con su dedo pulgar.

—Lo siento muchísimo, Olivia. Tu abuelo era genial. No me lo esperaba.

—Nadie se lo esperaba —le respondo tratando de no ponerme a llorar.

—Él estaba muy orgulloso de ti.

—Lo sé. Y al menos pudimos cumplir con nuestra misión. Él se ha ido pensando que estábamos juntos. Al menos la farsa funcionó.

—Ya no quiero que sea una farsa, Olivia. No quiero que siga siendo un amor fingido. Quiero besarte delante de todos, quiero que paseemos de la mano, quiero que viajemos juntos a California y poder compartir mi vida contigo. Te quiero, Olivia. Y ahora que hemos visto lo efímera que puede ser la vida, debemos aprovecharla al máximo, juntos.

—Una sola pregunta antes, ¿cómo sabrías que estaría aquí?

Lucas se aparta un segundo y después vuelve a mirarme.

—Porque eres mucho más parecida a mí de lo que piensas. Sabría que querrías estar sola para cargar con todo el peso del dolor sin molestar a nadie. Pero yo estoy contigo. Juntos lo superaremos, te lo prometo.

—Bueno, he de reconocer que un viaje a California juntos no suena nada mal.

Lucas enarca las cejas y sonríe.

—Al fin y al cabo, superamos las tres pruebas. Somos los justos vencedores.

—Tienes razón, soldado. Nos merecemos una vida feliz, juntos.

Me acerco a él y sus manos se entrelazan con las mías, provocándome un escalofrío. Sus labios se acercan a los míos y, con el atardecer como telón de fondo y el sonido del agua fruyendo por el río, susurro antes de besarle:

—Te quiero, Lucas.

Y así, nuestro "amor de alquiler", ha acabado siendo el primer capítulo de nuestra verdadera historia. 

Amor de alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora