Capítulo 26

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—¿Os habéis besado? —me pregunta mi prima sin dar crédito.

—Sí, Clara. Todo ha ocurrido como te lo he contado. Fue inesperado.

—¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! Verás cuando se enteren las chicas. Van a alucinar.

—Mañana se lo contaré. ¿Cómo está Lena? Ayer apenas pude hablar con ella.

—Mejor. Disfrutó mucho ayer viéndote ganar. Nadie apostaba por ti.

—Gracias por tu sinceridad, Clara.

—Es la verdad. Ni si quiera los abuelos pensaban que ganarías. Aunque cuando les dije que participarías con Lucas se pusieron muy contentos.

—Si te soy sincera..., yo tampoco lo pensé. Digamos que fue un cúmulo de cosas.

—Y lo de Cassandra es fuerte, eh. Si me la encuentro..., uf..., se enterará por tocarte.

—Frena —la interrumpo—. Si la ves no la harás nada. No quiero saber nada de ella. Con que nos deje tranquilas es más que suficiente.

—De acuerdo... ¿y has vuelto a hablar con Lucas?

—No —respondo—. Ayer nos despedimos y hoy no nos hemos escrito.

—Escríbelo tú.

—Bueno..., tampoco quiero precipitarme. Él acaba de salir de una relación y yo tampoco es que quiera tener una. Es complicado.

—¿Complicado? No es complicado. Tienes que hablarle y punto. Si no lo haces tú, lo haré yo.

—¡Oye! Tendrás cara...

Cuando me dispongo a abalanzarme sobre mi prima en el césped, veo como se acerca mi padre hacia nosotras con un rostro muy serio. Mis primas pequeñas y mi hermana han salido al pueblo a dar una vuelta junto a mi tío Paco, y solo estábamos nosotras dos en el jardín.

—Chicas, tenemos que hablar.

El rostro de mi padre está muy muy serio. Yo nunca le he visto así. Él, aunque es menos extrovertido que mi madre, siempre tiene una sonrisa para todo el mundo. Pero en este momento se ha desvanecido por completo.

—¿Qué ocurre, tío? —pregunta alarmada Clara.

—Sé que no va a ser fácil de escuchar, pero ha pasado algo.

Noto la tensión en la mandíbula de mi padre cuando habla y mis dedos empiezan a tambalearse de manera involuntaria de un lado a otro.

—Papá, ¿qué está pasando?

—Sentaros las dos, por favor.

Obedecemos y mi padre se sienta junto a nosotras.

—Ayer por la noche, cuando volvimos a casa después de la fiesta de la vendimia, nos encontramos a vuestro abuelo muy mal. Lo llevamos al hospital, cuando vosotras estabais ya durmiendo, y ahora él está en casa.

—¿Pero está bien? Si está en casa es una buena señal.

—Escúchame, Clara. El abuelo tiene ochenta y tres años y está enfermo. Vosotras eso ya lo sabíais. Ahora él está en su habitación, pero no está bien. En el hospital nos dijeron que el cáncer le ha afectado a varios órganos vitales y apenas le queda tiempo de vida. Soy consciente de que es muy duro lo que os estoy contando, pero fue él mismo quien decidió volver a casa para estar rodeado de los suyos e irse en paz. Hemos decidido que vuestras hermanas y primas no estén en casa, pero vosotras que ya sois mayores podéis entrar a despediros del abuelo si queréis.

Cada una de las palabras que dice mi padre las siento como dagas en el pecho. Hace unos días fue su cumpleaños y estaba bien. No puedo creer lo que estoy escuchando.

Miro de reojo a mi prima, quien tiene los ojos llorosos, y juntas entramos en la casa.

—¿Esto es real, Olivia?

—Me temo que sí —respondo con toda la endereza que puedo.

La habitación de mis abuelos se siente cargada, como si el aire se hubiera vuelto más denso de repente. Al entrar le veo sobre la cama junto a una de mis tías.

Mis ojos están clavados en él, en ese hombre que siempre fue mi roca y que ahora yace ahí, frágil. A medida que me voy acercando, aprecio las arrugas en su rostro, las cuales cuentan historias que solo ahora estoy empezando a comprender.

Cierro los ojos, pero la realidad no se va. El silencio en la habitación es atronador, solo roto por su respiración irregular. Cada aliento parece llevar consigo un pedazo de los días que compartimos, de las risas que llenaban este espacio ahora sombrío.

Mis dedos se aferran a los suyos, buscando el consuelo que ya no puedo encontrar en sus palabras. Siento el calor que aún queda en sus manos, una especie de conexión más allá de las palabras. Mi mente se llena en estos momentos de recuerdos con él, cuando sus abrazos eran suficientes para curar cualquier herida.

El tic-tac del reloj suena como un recordatorio implacable de que el tiempo no se detiene por nadie. Cada segundo que pasa lo siento como un latido de corazón más cerca de un adiós que nunca pensé en decirle.

Las lágrimas amenazan con desbordarse, pero me contengo, como si mi resistencia pudiera detener este maldito reloj del destino. Mis palabras entrecortadas intentan expresar todo lo que siento, pero se pierden en la realidad abrumadora de la despedida. La fragilidad de la vida se muestra de una manera que duele más de lo que pensé que podría. Mi prima está al otro lado de la cama, rota de dolor al igual que yo.

Ambas nos miramos durante un segundo y después llega el último suspiro.

Se ha ido.

Un silencio sepulcral es lo único que se escucha en la habitación y el vacío se siente más grande de lo que jamás imaginé. Intento agradecer y decir te quiero, pero suena tan insuficiente. Cada pulsación de mi pecho lleva consigo el eco de un adiós que nunca estuve lista para aceptar.

En este momento, estoy atrapada entre el dolor y la gratitud. La pérdida se mezcla con los recuerdos, y mientras enfrento la realidad de su ausencia, encuentro algo de consuelo en la idea de que su legado vivirá en aquellos que le queremos. Aunque ya no esté físicamente, su espíritu permanece, como una chispa que se niega a apagarse.

En la oscuridad de la despedida, mi abuelo se convierte en una estrella que seguirá iluminando mi camino, recordándome que el amor nunca muere, incluso cuando la vida nos arrebata a quienes más queremos.


Amor de alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora