Capítulo 2

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A Hermione le daba vuelcos el estómago de nerviosa expectación cuando el coche se iba aproximando a la casa Diggory. Esa noche estaban iluminadas todas las ventanas de la mansión de piedra, y caballeros con sombreros de copa acompañados por damas cogidas de sus brazos iban caminando por la larga alfombra roja que llevaba hasta la puerta principal.

Frente a ella, en el coche tenuemente iluminado, iban sentadas su madre, estrenando otro vestido diseñado por Madame Malkin, de satén rosa y encajes dorados, y Pansy Parkinson, la condesa de Zabini, que llevaba un vestido de seda azul oscuro, ribeteado por trencillas de hilos de plata y perlas de cristal y adornado por un llamativo sol con sus rayos bordado en la falda.

-Ten presente -dijo Pansy poniéndose los guantes-, que esta noche estará el marqués de Boot, como también el conde de Potter y el conde de Goldstein, los tres solteros y en busca de esposa. Ellos son tu principal prioridad esta noche, Hermione. También estará un barón... mmm... de Nosbarn. Nunca recuerdo su apellido.

-¿Y el duque? -terció Jean-. ¿Estará aquí?

Pansy la miró sorprendida.

- Rara vez asiste a bailes. Y yo no debería poneros la mira tan alta. Estoy empezando a creer que está hecho de piedra. Nadie ha logrado conmoverlo. Ah, mirad, nos toca a nosotras.

Aliviada porque la condesa había descartado al duque como posible novio, Hermione recordó lo que le dijera la chica inglesa: «Evítelo si puede, a no ser que quiera casarse con una pesadilla. Dicen que su familia está maldita.»

¿Maldecida en qué sentido?, pensó.

El coche se detuvo delante de la casa y se abrió la portezuela. Un lacayo de librea ayudó a las señoras a bajar, y juntas emprendieron el camino por la larga alfombra roja hacia la puerta que estaba coronada por una marquesina a rayas.

En el umbral tuvieron que detenerse detrás de otra pareja, csperando el momento de entrar en el vestíbulo y saludar a los dueños de la casa. La dama que estaba delante giró la cabeza, sonrió y luego se acercó más a su acompañante a susurrarle: «Es la americana».

Hermione sintió una repentina oleada de ansiedad, como si estuviera debatiéndose en aguas profundas peligrosas. Por un fugaz instante deseó darse media vuelta y echar a correr hasta el coche y decirle al cochero que la llevara a casa. No sólo a la casa de Pansy, sino a Estados Unidos. De vuelta a sus hermanas, al trato llano que había entre ellas, a su manera de reírse y de mimar a su madre. ¿Qué estarían haciendo en ese momento? ¿Estarían en sus camas durmiendo? ¿O estarían despiertas contando historias junto al hogar de la sala de estar?

Avanzó finalmente la cola, Hermione saludó a los anfitriones al pie de la escalera curva y luego subió a la sala tocador para quitarse la capa, alisarse el vestido y arreglarse el pelo.

Su madre le tironeó el brazo y ella se inclinó a escucharla; era mucho más alta que su bajita madre.

-No lo olvides, si ves que ha venido el duque, dímelo enseguida. No escatimaré nada para lograr que te presenten a él y conseguirte un baile con él. Sólo un baile, Hermione, me debes eso como mínimo.

Hermione tragó saliva, tratando de dominar el desagrado que le producía la idea de que su madre no escatimaría «nada».

-Madre, si pudieras dejármelo todo a mí, mantenerte al margen y dejar que las cosas ocurran naturalmente...

-¿Mantenerme al margen? -susurró Jean-. ¿Cómo puedo mantenerme al margen cuando soy tu madre y deseo lo mejor para ti? Sé que deseas el cuento de hadas, Hermione, pero a veces los cuentos de hadas en la vida real...

Dejó ahí la frase, de lo cual Hermione se alegró, porque la idea de su madre intentando «pescar» a ese diabólico duque esa noche la hacía desear esfumarse por las grietas del suelo y no salir hasta la mañana siguiente.

Noble de Corazón - ADAPTACIÓN DRAMIONE, LIBRO UNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora