A los pocos minutos de que a Hermione la llevaran a sus aposentos, la casa reanudó su actividad normal, como una máquina bien engrasada, y ella quedó sola para hacer una siesta muy necesitada y bien merecida. No hacía mucho que había despertado cuando el pomposo sonido del gong que llamaba a la cena resonó en las paredes de piedra del castillo Malfoy. Por lo menos Susan la había preparado para eso con las sencillas palabras: «La familia se viste formalmente para la cena, excelencia. La campana para vestirse suena a las siete, para la cena a las ocho».
Hermione se puso uno de sus espectaculares vestidos Madame Malkin y las brillantes joyas que le dieran sus padres como regalo de bodas, se puso sus guantes largos y salió al corredor detrás de Susan, que por ese día le indicaría el camino hacia el salón, donde se reunía la familia antes de entrar en el comedor.
A ella le habría gustado que Draco hubiera ido a buscarla, pero supuso que él tendría muchísimas cosas que atender en su primer día de vuelta en casa.
Entró en el salón, y Susan desapareció silenciosamente, como un fantasma. Quedó sola bajo el majestuoso arco de entrada, mirando a su suegra, que llevaba un modesto vestido oscuro, de manga larga y abotonado hasta el cuello, y no llevaba ninguna joya.
Hermione se tocó la enorme esmeralda que colgaba sobre el amplio escote de su vestido de satén bordado con perlas, pensando súbitamente que todo estaba mal en su atuendo.
—Buenas noches, excelencia —dijo.
Su suegra le dirigió una mirada horrorizada.
—No, no, no. No debes tratarme así.
Hermione sintió un revoloteo de nervios en el estómago por haber cometido un error incluso antes de haber entrado del todo en el salón.
—Perdone. ¿Cómo he de tratarla?
—Tú eres la duquesa ahora. Socialmente ya no eres una inferior. Puedes tutearme, y llamarme por mi nombre de pila.
Hermione se aclaró la garganta. ¿Debía decir «Buenas noches, Narcissa»? ¿O estaría mal repetir el saludo?
Narcissa le dio la espalda para ir a la repisa del hogar a mover hacia la izquierda una pequeña figura. Hermione decidió que era mejor quedarse callada.
En ese instante entró Lyra en el salón, para gran alivio de ella.
—¡Oh, Hermione, qué vestido más maravilloso! —Lyra llevaba un vestido no muy diferente del de su madre—. Cómo admiro tu buen gusto y elegancia.
—Gracias, Lyra.
—¿Has descansado bien? Me asomé a mirarte un par de veces, y dormías tan apaciblemente que no quise despertarte.
Ay, si Lyra supiera lo mucho que significaba para ella su amabilidad.
Sintió la mirada de Narcissa sobre ella, evaluándola, juzgándola. Trató de tranquilizarse diciéndose que estaba excesivamente sensible. Sólo se sentía fuera de lugar, porque aún no estaba del todo instalada y no conocía sus deberes y responsabilidades. Pensó en lo que Narcissa acababa de decirle: «Tú eres la duquesa ahora».
Tal vez su suegra sí sentía resentimiento, tal como ella había temido.
Volvió a aclararse la garganta, sintiéndose incómoda; sentía escurrirse su seguridad en sí mísma por las grietas del suelo de piedra, como si tuviera enormes agujeros en los zapatos. Observó a su suegra sentarse majestuosamente en el sofá a mirar por la ventana, y volvió a tratar de tranquilizarse, diciéndose que con el tiempo todo eso le resultaría más fácil.
De repente cayó en la cuenta de que si pusiera un cuarto de penique en una hucha cada vez que se decía eso, podría poner calefacción central en esa fría casa de piedra antes de la primera nevada.

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Noble de Corazón - ADAPTACIÓN DRAMIONE, LIBRO UNO
Ficção HistóricaHermione es una rica heredera norteamericana que ha llegado a Londres para encontrar un marido que proporcione a su familia el respeto de un título nobiliario. Su millonaria dote y su gran belleza atraen a los aristócratas británicos, sobrados de tr...