Capítulo 7

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La temporada de Londres, comenzaba a comprender Hermione, era para ella una sola gran reunión, con bailes intercalados para variar. Era una noche tras otra de vestidos formales, joyas, música y conversación; de champaña, cenas tardías y abanicos de plumas; de tarjetas de baile colgando de delgadas muñecas enguantadas y anfitriones con grandiosas tiaras chillonas. Para ella era un cuento de hadas mágico, con príncipe y todo, el apuesto príncipe que en ese mismo momento le estaba cautivando el corazón.

Avanzó con su madre y Pansy por la alfombra roja que llevaba a la puerta principal de la casa Stanton, donde la fiesta ya estaba en pleno apogeo. El corazón le hacía nerviosos revoloteos mientras miraba por encima de los invitados que iban subiendo la ancha escalera del interior de la casa. Buscaba la cara del hombre que esperaba estuviera allí esa noche. Su príncipe.

Cielos, ¿en qué momento había cambiado tan drásticamente su opinión de él, y cuál había sido la causa en particular? Era un poco de todo, pensó, y los pocos días pasados lejos de él sólo le habían intensificado el sentimiento. No había hecho otra cosa que soñar con él esos días, y estremecerse con el embriagador recuerdo del roce de su dedo, suave como una pluma, en su muñeca desnuda cuando paseaban por Hyde Park. Todas las fibras de su ser habían reaccionado con una avidez y unas ansias abrasadoras; había deseado, más de lo que había deseado algo en toda su vida, acariciar a Draco.

Jamás antes había deseado acariciar a un hombre.

Y era algo más que deseo. Era una necesidad, urgente, clamorosa, de estar junto a él, lo más cerca posible para rozarle la piel con los labios y aspirar su aroma masculino. Eso era lo único que había sido capaz de pensar esos días. Deseaba saborearlo, aferrarse a él. Deseaba estar tendida en una cama con el peso de él sobre su cuerpo, mientras él le besaba la boca abierta y ella bebía su embriagador sabor.

Miró alrededor, cohibida, deseando que sus mejillas no estuvieran sonrojadas, delatando sus escandalosos e indecentes pensamientos.

Entró en la casa, saludó a los anfitriones y volvió a maravillarse de cómo, pese a todos los factores en contra, pese a todos los cotilleos, Draco había conquistado su estimación.

De todos modos, las dudas seguían asaltándola como una riada. No podía olvidar lo que se decía de él, y no se sentía segura de si debía hacer caso a lo que sus instintos le decían acerca de él y olvidar los rumores, o no fiarse de sus instintos, porque sin duda estos estaban influidos por su atracción por él.

Pero su padre siempre le había dicho que se fiara de sus instintos. «Fíate de lo que te dicen tus instintos», le decía, con su hablar lento y arrastrado del sur.

Cuando iban llegando al salón de la planta principal, Pansy le dijo en voz baja:

—Esta es una reunión principalmente política, así que procura no poner cara de aburrida si la conversación pasa a lo que fuera que ocurrió esta mañana en el Parlamento.

—Yo encuentro bastante interesante todas esas cosas —comentó Hermione—. He estado leyendo los discursos en los diarios.

—Eso está muy bien, Hermione, pero no aparentes saber demasiado de eso.

Hermione iba a decir que ella jamás «aparentaba» nada, pero en ese momento su madre y Pansy se distrajeron mirando el vestido que llevaba una tal señorita Greengrass, muy diferente a los que solía usar dicha señorita, según Pansy, con un escote muy atrevido para una joven inglesa que rara vez decía una palabra en esas reuniones, si es que asistía. El vestido se parecía al que llevaba Hermione en el baile de la casa Diggory, cuando bailó por primera vez con Draco.

Pansy le hizo un guiño a Hermione.

—Estás imponiendo tendencias, querida mía. Era seguro que ocurriría eso. Muy pronto la gente va a buscar tu fotografía en los escaparates de moda, junto con las de Lillie Langtry y las otras beldades inglesas.

Noble de Corazón - ADAPTACIÓN DRAMIONE, LIBRO UNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora