Capítulo 18

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Agotada, con la esperanza de conciliar pronto el sueño, Hermione se metió en la cama después de pasar la tarde entrevistando a candidatas para nueva doncella. Necesitaba una mujer con experiencia, porque tendría que contar con su doncella para entender y aprender el protocolo de la aristocracia. No obstante, al mismo tiempo, no quería una doncella tan «experimentada» como Susan.

Giró el interruptor de la lámpara de cristal y se acurrucó entre sus sábanas ducales, en la oscuridad.

Oyó un suave golpe en la puerta. Se incorporó.

—Adelante.

Se abrió la puerta y ahí estaba su marido con su bata de seda negra, sosteniendo un candelabro. Llevaba la bata abierta y ella vio las tersas curvas musculosas de su pecho y abdomen. Su pelo rubio casi blanco le caía suelto y ondulado sobre los hombros.

La emoción le aceleró la sangre en las venas. Cambió de posición y se metió un mechón detrás de la oreja. Él era el espécimen de hombre más magnífico que había visto en toda su vida. No lograba imaginarse siquiera que alguna otra persona del planeta pudiera ser más impresionante visualmente.

—¿Te he despertado? —preguntó él.

—No, acababa de apagar la luz —repuso intentando un tono despreocupado, tranquilo—. Pasa.

¿Había venido para lo que ella creía? ¿A hacer el amor otra vez, después de todo ese tiempo sin dirigirle casi una sonrisa ni hacer un gesto de afecto? ¿Había llegado el momento, por fin?

El deseo la golpeó como un rayo ardiente, porque a pesar de su rabia y su resolución de no pensar en él durante esas semanas, había pensado en él. Se había soñado haciendo el amor con él, se había imaginado sus manos bajo su vestido, el embriagador calor de su cuerpo desnudo sobre el de ella, la pasmosa sensación de su erección deslizándose dentro de ella.

Él entró y dejó el candelabro en una cómoda. Igual que ella, debió haber estado contando los días hasta que llegara el momento correcto para concebir un hijo.

Una parte de ella, más racional, sintió algo de indignación por eso, porque él dejaba claro que sus relaciones íntimas seguían siendo sólo un deber, nada más, tal como le dijera que lo serían aquella horrorosa noche antes de marcharse a Londres.

Pero la otra parte de ella, la parte más hedonista que no lograba reprimir por mucho que lo intentara, no podrían importarle menos sus motivos. Lo único que importaba era que él estaba ahí. Iba a hacerle el amor y ella gozaría de cada glorioso y pecaminoso momento.

Sólo esperaba ser capaz de mantener la serenidad durante todo ese tiempo, para no insistir en que él le explicara por qué estaba tan en contra de amarla, ni sentirse dolida cuando él se fuera. Se habia impuesto el objetivo de ser fuerte y paciente, porque, lógicamente, no podía obligarlo a amarla.

Él cerró la puerta con llave y avanzó hacia la cama, confiado como un león. A Hermione se le activaron todos los sentidos, conociéndolo como un ser sexual magistral.

—¿Has tenido suerte en la búsqueda de la doncella? —le preguntó él en voz baja, ronca.

—Aún no —repuso, esforzándose por no delatar en la voz la aceleración de su corazón—. Pero mañana vendrán otras dos señoras.

—Excelente. ¿El ama de llaves ha colaborado, entonces?

Ella tuvo la clara sensación de que él había hablado con el antes con el ama de llaves para asegurar que las cosas fueran sobre ruedas. —Sí, mucho.

Él se sentó en el borde de la cama y le acarició el antebrazo con un dedo.

—¿Cómo van las cosas en lo demás?

Noble de Corazón - ADAPTACIÓN DRAMIONE, LIBRO UNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora