Capítulo 4

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Pero claro que su motivo era el dinero, se dijo Draco mientras su ayuda de cámara lo vestía para la reunión en la casa Berkley. Enterarse de que la heredera valía quinientas mil libras lo había cambiado todo. Ahora tenía que pensar en la propiedad ducal, en sus inquilinos y en Abraxas, que debía estudiar en Oxford cuando llegara el momento, y en Lyra, que ese año se presentaba en sociedad y algún día necesitaría una dote. En esos momentos, gracias a la vida disipada de su padre, no había nada para ofrecer a un pretendiente, ni un solo cuarto de penique, y él sabía que tenía que convertir la desagradable idea de una esposa en una decisión de negocios, si no, se arriesgaba a perder mucho más que los tapices franceses.

También tenía que dejar de lado su preferencia por la idea de una esposa inglesa fea y callada, porque normalmente esta no venía con quinientas mil libras en su ajuar.

El ayuda de cámara le presentó el frac negro y él metió los brazos en las mangas. Tal vez era mejor así, pensó. Saber que la tarea era una simple transacción mercantil lo tranquilizaba. No tenía que inquietarse pensando que asistiría a la reunión de esa noche porque estaba encaprichado, que no lo estaba, y no deseaba estarlo jamás. Sí, encontraba atractiva a la señorita Granger, ¿qué hombre no la encontraría atractiva?, pero antes de tener esa desagradable conversación con Potter no había tenido la más mínima intención de llegar a hacer una proposición de matrimonio, ni a ella, ni a ninguna otra, si era por eso. Por ese motivo, podía estar tranquilo, seguro de que seguía siendo tan juicioso como siempre.

Una hora después iba entrando en la casa Berkley. Entró en el atiborrado salón y estuvo charlando con el anciano marqués de Bretford. Tal vez esa búsqueda de dote resultaba ser una buena aventura, pensó. La vida se le había hecho monótona últimamente, sin tener nada en qué pensar que no fueran cuentas, facturas, más y más gastos y largas listas de reparaciones.

No le llevó mucho tiempo comprobar que ella estaba ahí. Ella, su madre y la condesa. Las tres haciendo la ronda por el salón, luciendo sus joyas, hechizando a los caballeros, cotejando los rangos de dichos caballeros y sembrando las semillas femeninas de su éxito. Qué juego más transparente era ese. Pero ¿quién era él para criticarlo cuando estaba a punto de entrar en el juego y ganarles a todos?

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Hermione vio al duque en el instante exacto en que él entró por la puerta, vestido con el atuendo formal correcto, negro y blanco, igual que todos los otros hombres, pero con un aspecto diez veces más imponente.

El frac de seda negra realzaba la anchura de sus hombros y la estrechez de su cintura, y el contraste entre su camisa y chaleco blancos y sus rubios cabellos le produjo un febril revuelo en el estómago. No había esperado que viniera. Durante el trayecto la condesa las había informado de que él jamás asistía a fiestas dos noches seguidas, y mucho menos tres. Sin duda, esa aparición anormal arrojaría a Pansy y a su madre en un loco frenesí de esperanzas y elucubraciones antes que acabara la noche.

Para ser franca, ya la había arrojado a ella en un pequeño frenesí de esperanza. La esperanza de hablar con él esa noche, aunque sólo fuera para asegurarse de que continuaba estando al mando de sus sentidos. Cualquier cosa que pudiera haber sentido por él esas veinticuatro horas pasadas era principalmente curiosidad, se dijo, porque jamás en su vida se había encontrado con nadie que se pareciera al duque.

¿Sería imprudencia eso?, pensó, con cierta preocupación. ¿Dejar que su curiosidad la afectara así? No se dejaría arrastrar por ese hechizo, ¿verdad? Muchas veces había oído decir que el amor es ciego, y ya suponía que era así como comenzaba.

Observó al duque saludar a otros invitados y pasearse por el salón. Se detenía a conversar, se reía, todo con elegancia y seguridad. Unas cuantas veces él miró en dirección a ella, y cada vez que se encontraban sus ojos a ella se le aceleraba el corazón en reacción a su ardiente mirada, a su hermoso y pálido rostro. Él le hacía una breve sonrisa y desviaba la vista. Ella hacía lo mismo, pensando, con cierta inquietud, si él se habría enterado de su valor exacto, el que sin duda ya se había propagado por todo el mundo elegante de Londres.

Noble de Corazón - ADAPTACIÓN DRAMIONE, LIBRO UNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora