Holaaaa: Somos dos escritoras novéles y este es el primer capítulo de nuestra primera novela.
Esperamos que os guste, solo queremos avisaros de que el protagonista es en este primer capítulo una caricatura de la gente que se ahoga en un vaso de agua. No os preocupeis, os entendemos. Pero, al final, todo es psicológico.
NEW YORK, NEW YORK
Nunca pensé que me hartaría en tres días de Nueva York.
Me había mudado tres días atrás a lo que, a priori, me había parecido un apacible apartamento en la ciudad de mis sueños. Todo era maravilloso, o eso pensaba.
La primera noche los vecinos decidieron montar una fiesta, al principio me pareció gracioso. Alegre. Una buena bienvenida al estilo neoyorkino. Lo que no sabía es que la fiesta se volvería una rave, que los vecinos decidirían llamar a todos los timbres a las cuatro y media de la mañana y que luego todo el pasillo olería a ginebra y vómito.
El segundo día me quedé atrapado en el baño y tuve que llamar a la casera para que le abriera la puerta al cerrajero que me sacara de allí, además anoche mientras dormía una paloma entró por la ventana del salón y se dedicó a "decorar" con sus maravillosos excrementos de paloma el sofá y el sillón.
Y esta noche, por último, al gato callejero que vive en el patio de vecinos se le ocurrió dedicarse a derribar mi puerta mientras yo dormía y a maullar como si fuera un niño perdido en un centro comercial. Sabía que no debía haberle dado una lata de atún al mediodía.
De repente empezé a pensar en Cindy, en Ben, en mi madre, en lo mucho que los quería y me arrepentí de haber abandonado Provincetown.
Casi llorando en desesperación después de tres días sin dormir, sin ducharme porque temía verme encerrado de nuevo en el diminuto baño (soy claustrofóbico) y con un calor infernal (temía abrir las ventanas por si la paloma regresaba a terminar su trabajo) recogí mis cosas, devolví lo poco que había sacado a la caja y a la maleta. Metí mi skate en la mochila y me dirigí a la puerta de la casera para devolverle la llave del piso
La mujer me abrió en bata, no era para nada amable y cuando llegué hace tres días tuve que limpiar el apartamento de arriba abajo, a pesar de que según ella estaba limpio. Las pelusas de debajo de la cama no opinaban lo mismo.
-¿Qué quiere?- me dijo mientras se frotaba los ojos.
-Le dejo las llaves, no puedo más, me voy. Le pagaré la semana entera si quiere, pero me voy ahora mismo. No puedo más- estaba realmente desesperado.
La casera se sorprendió, pero yo debía tener un aspecto realmente penoso porque me permitió ejecutar mi desesperado plan.
-Emmm, sí claro. Son sesenta y cinco dólares- le pagué- Espero que haya disfrutado su breve estancia aquí.
Casi me rio. No estaba seguro si lo había dicho cortés o irónicamente.
Salí afuera y me encontré con la Ley de Murphy ejecutada en su totalidad.
Estaba lloviendo.
Me subí la capucha del abrigo, agarré bien la caja con mis cds y películas y me dispuse a esperar a un taxi mientras pensaba en todos mis sueños frustrados, en mi fatal destino y en lo dramático que era todo.
Cuando al fin llegó el taxi me di cuenta de que no sabía adonde ir.
-Al hotel más cercano-dije.
El taxista me miró, ni siquiera estaba extrañado. Esto es Nueva York, y a un taxista del turno de noche, poco le sorprende.
-Al Sulay entones.
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Siempre nos quedará NY
Teen FictionUn chico brillante de un pequeño pueblo costero dejará todo lo que conoce atrás para perseguir su sueño de ser director de cine en Nueva York, pero... ¿Quién sabe si encontrará el amor en el camino?