23: Aurora

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‹‹Frío››.

‹‹Dolor››.

‹‹Gritos››.

‹‹Se acerca...››

– ¡Aléjate! –Gritó Mikasa sentándose de golpe.

Su cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor helado, su corazón latía desenfrenado, su rostro surcado por lágrimas calientes y su respiración irregular. La chica se dejó caer entre las mullidas almohadas, intentando recuperar el aliento. Mikasa parpadeó varias veces, tratando de disipar la neblina que nublaba sus pensamientos. Al abrir los ojos por completo, se encontró en una habitación desconocida. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto, contrastando con el suelo de linóleo azulado pulido. En la habitación había una mesa metálica con una lámpara de lectura, una jarra y un vaso de agua parcialmente lleno. El zumbido de las máquinas médicas llenaba el aire, creando una atmósfera de inquietud. Luchó por recordar cómo había llegado allí; el recuerdo de su secuestro y posterior rescate por parte de Eren la golpeó como una ola: la casa abandonada, la lucha desesperada, la sensación de liberación cuando Eren apareció justo a tiempo, y luego el asesinato de aquel hombre que había intentado acabar con el amor de su vida. Eren la había tomado de la mano y le había dicho que la llevaría a casa, pero Levi les había indicado que primero debían ir al hospital para asegurarse de que sus heridas no fueran graves. Habían llegado allí y la habían atendido; entonces... no recordó mucho más. Lo último que había visto antes de dormirse eran los ojos color esmeralda de Eren, observándola con preocupación.

Con el corazón latiendo frenéticamente en su pecho, Mikasa miró a su alrededor, buscando desesperadamente a su novio, pero solo encontró vacío. Un escalofrío recorrió su espalda mientras su mente se llenaba de pavor.

¿Dónde estaba Eren? ¿Por qué no estaba a su lado?

El sonido repentino del monitor cardíaco atrajo su atención: una serie de pitidos agudos y regulares seguidos de una voz automatizada que anunciaba que su pulso estaba aumentando demasiado rápido. Segundos después, un hombre entró rápidamente a la habitación mientras la observaba con preocupación.

– ¿Estás bien? –Inquirió con voz angustiada–. El monitor me dio un aviso.

Mikasa lo observó fijamente, sintiendo un poco de paz al reconocer aquel rostro familiar: rubio, con barba dorada, lentes redondos y ojos claros, observándola con angustia.

– ¿Estás bien? –Repitió Zeke acercándose a Mikasa mientras sus manos le acariciaban delicadamente el rostro–. Respóndeme, pequeña, ¿estás bien? ¿Pasó algo malo?

– ¿Eren? –Preguntó con voz rasposa.

Su garganta dolía por el esfuerzo de hablar, y Zeke, al notarlo, tomó rápidamente el vaso de agua que estaba junto a la cama en aquella mesilla metálica y se lo tendió a la chica. Mikasa negó.

Exulancis (EREMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora