No. 51. La crueldad en la conquista

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He aquí la parte dos. Me ha encantado como quedó.
























Raon ladeó la cabeza, observando a su padre moverse, con documentos en las manos, observando mapas, informes, haciendo y recibiendo llamadas, memorias se superponen a estos momentos, memorias de fuego, cenizas y sangre. "¿Habrá otra guerra?", Raon conocía los preámbulos de la guerra, hace diez años, sentado en el regazo de su padre, Cale le instruía pacientemente sobre el arte de la guerra y las reglas de guerra.

...

"¿Por qué necesitarías reglas para la guerra?".

Cale lo había sentado en su regazo, con decenas de informes esperando en su escritorio. "Sin leyes nacen monstruos, necesitamos regirnos por leyes en la guerra, de otra forma, no quedaría nada atrás cuando el fuego muera y la sangre se seque".

Y Raon lo comprendió.

...

Cale se detuvo, congelado con documentos en la mano y una mirada impasible, aún con todo el tiempo transcurrido, Raon no puede leer las emociones que bailan en esos ojos. "No nos gusta la guerra", respondió Cale, suavemente, cuidando sus palabras.

Raon apretó los labios, inquieto por ese pensamiento al hablarle, esa censura no disimulada. "Eso no fue lo que pregunte".

"No hago cosas que no me gustan", bajó la cabeza, dejando sus papeles en el escritorio.

Mentiroso, pensó. Espero que mientas. No puedo imaginar a nadie capaz de pasar por tantas monstruosidades voluntariamente. No puede haber alguien así de cruel consigo mismo, alguien tan masoquista. Raon se cuestionó, dudoso, si su padre sería capaz de tal crueldad consigo mismo y con un nudo en la garganta, se dió cuenta de lo posible que eso era. "Actúas como si fueses a la guerra".

"...".

Raon tomó forma humana, bajó de la cama y caminó hacia su papá con una mirada triste. "No me gusta lo que te hace la guerra".

Cale le sonrió, estiró la mano y acarició con premura su cabeza. "¿Y la gente? Sabes lo que le hace la guerra a la gente".

La guerra los alcanzaría, tarde o temprano. Era más fácil y prudente, eliminar esa variante al principio, cuando aún no se han arraigado en su tierra. La gente no le importaba, no realmente, porque al final de todo, su vida era solo cenizas y polvo una vez hubiese cumplido su misión. A Cale no le importaba la gente de Alberu, pero le importaba su gente.

El pequeño dragón, que a los ojos de Cale siempre sería un bebé, tomó la mano en su cabeza. "No me importa si mueren mientras tú puedas descansar aquí, nada puede tocarte aquí".

"Raon".

"Por favor".

Cale negó suavemente. "No, Raon".





][




Estoy empezando a cansarme de esto, Cale suspiró, poniendo su atención en el Ministro de Guerra que presidía la reunión. Alberu estaba a su lado, leyendo gruesos informes, murmurando con su secretario. "¿Cuál es su propuesta?", preguntó a los pocos hombre en la sala, poniéndose de pie.

Su mirada se centró brevemente en Eruhaben, que rondaba silenciosamente la mesa detrás de ellos, dónde estaba el mapa del continente.

"Tendremos que instalar vigías, en la frontera", murmuró el Ministro de Guerra, encorvado sobre la mesa, observando los documentos en sus manos con el ceño fruncido. Alzó su mirada de ojos cansados, estaba tan desaliñado, sin su chaqueta, con las mangas arremangadas, su camisa arrugada y una incipiente barba en su mandíbula. "Señalé los puntos más adecuados", le entregó uno de sus muchos informes al General actual, que lucía incluso peor que él.

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