Capítulo 22. Final.

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Jhonathan.

Por pedido nuestro, dos semanas se quedaron tanto Alexia como mi madre, ya que luego, con Ava, nos sentimos más seguros y confiados para poder atender a nuestros hijos.

El día que nacieron, mi familia nos equipó y remodeló, según nuestras sugerencias, la habitación que antes era de Ava para los dos bebés, aunque con mi mujer habíamos decidido, por mínimo un año más, que nuestros hijos durmieran en nuestra habitación con nosotros, lo hicieron hasta los dos años.

No sólo eso, sino que también, mi madre, trajo dos cachorros de bóxer. Uno para cada uno de mis hijos. Dijo que eran el remedio para ciertos rasgos familiares, no la entendí bien.

Ese mismo día, Alex trajo la balanza del consultorio del médico y Zac pesaba dos kilos ochocientos y Jhoan tres kilos cien. Para cuando ellas se fueron de la cabaña, Jhoan se acercaba a los cuatro kilos y Zac a los tres trescientos.

Si bien, unos meses después de su nacimiento se realizó la inauguración de la nueva escuela, el hospital y la casa hogar, nosotros decidimos posponer nuestro casamiento a futuro.

Seis meses después de la inauguración, toda mi familia regresó cada uno a su casa, y seis meses más tarde, los primeros diez niños rescatados de la trata llegaron a la casa-hogar.

Mis hijos en unos meses cumplirán cuatro años. Nuestra vida es hermosa. Cada día es una aventura, cada día es una nueva sorpresa, un nuevo desafío que junto a mi mujer, estoy impaciente por comenzar cada mañana.

Hoy, toda la familia se encuentra reunida aquí, incluyendo a Walter.

O mejor dicho, todo el mundo. Familia y pueblo.

Ahora, estoy parado aquí, esperándola llegar del brazo del médico que la está trayendo a paso lento por el largo pasillo hasta mí.

Estamos en verano, así que prácticamente no está maquillada, tiene una tiara desde la cual, sus hermosos rulos caen hasta su espalda. Un hermoso vestido blanco, primaveral y sencillo sin cola, con un escote en U, largo con pliegues hasta la pantorrilla y unas sandalias sin tacón.

Llegan junto al médico y éste me la entrega.

— Hola Sebastian – me dice con una sonrisa y no pedo evitar casi escupir un intento de carcajada, pero debo mantenerme serio si no quiero que el sacerdote me regañe.

Escucho que el hombre habla y habla, pero no tengo ni idea de lo que dice, estoy perdido en el rostro de mi mujer.

El pobre sigue parloteando mientras en mi mente repaso todos los acontecimientos que me trajeron hasta aquí. En todas las cosas que tuvieron que pasar para llegar a éste momento. ¿Dónde estaría hoy de no haber subido a ese avión? ¿Dónde estaría hoy, si mis "amigos", los cuales murieron hace varios años ya, no hubieran saboteado mi avión?

Ella me observa a los ojos perdidos tanto como yo, creo que tampoco está escuchando nada, ya que mi hermano nos hace salir del trance detrás de - ¡Respóndanle de una vez, que ya es la tercera vez que les pregunta lo mismo!—.

Vuelve el sacerdote a preguntar si nos aceptamos y ambos decimos que sí, tras lo cual, cada uno de nuestros hijos nos trae los anillos a cada uno.

Luego, hicimos una sencilla pero enorme fiesta en la calle principal junto con todo el pueblo.

Esa noche, mis padres se llevaron a mis hijos con ellos mientras con mi mujer volvimos a la cabaña a disfrutar de una noche de completa intimidad y a continuar con nuestra vida juntos.

Fin.

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