Capítulo 5. Náufrago.

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Ava.

Estoy pescando en el borde del acantilado cuando de lejos diviso un globo amarillo que es arrastrado por el agua acercándolo a la orilla.

Bajo hasta allí para sacarlo del agua, ya que odio que la gente tire basura en el mar.

A paso lento me aproximo hasta el globo y noto con horror, que no es un globo, sino una persona en un tipo de chaleco inflado.

Nado hasta la persona y lo llevo arrastrando hasta fuera del agua.

Empiezo a inspeccionarlo, está terriblemente pálido, aunque se lo observa muy quemado por el sol, e inconsciente, y pese a moverlo no reacciona, pero débiles latidos, todavía tiene. En uno de sus muslos, un gran trozo de madera se ha clavado en él.

Como puedo, lo arrastro hasta mi casa, lo recuesto en mi sofá, y salgo lo más rápido que puedo en mi bicicleta al pueblo en busca del médico de allí.

No soy de ir mucho al pueblo; sin embargo, la gente me conoce, ya que me he criado aquí y conocían a mi familia. Aparte muchas veces mi madre, les vendía parte de lo que cosechaba, así como también, sus medicinas naturales, porque el médico confiaba mucho en sus manos, es algo que yo continué haciendo luego de su partida.

Al llegar a su consultorio, por suerte, él se encontraba allí. Entré corriendo, le conté lo sucedido y sin más, él tomó su maletín y me permitió llevarlo hasta mi casa.

Al llegar, como tantas otras veces, lo llevamos a mi habitación, lo recostamos en mi cama, ya que era una persona enorme y en el sofá apenas si entraba. Lo asistí para ayudarlo a quitarle toda la ropa al muchacho que tenía prácticamente muerto en mi sofá y comenzó a revisarlo.

Luego, con mucho cuidado retiró de su pierna la madera que tenía clavada. Limpió, desinfectó, suturó con lentamente la herida y luego me explicó la atención que debo tener sobre ella.

— Bueno, Ava, - comenzó a decirme con seriedad— éste muchacho no se encuentra para nada bien – lo observo y asiento mientras habla, no hay que saber mucho de medicina para notarlo.

— Tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir. El cuidado que tendrá si me lo llevo, es el mismo que puedes darle tú aquí en tu casa, ya que mi consultorio es pequeño, no tengo donde internarlo, el pueblo no tiene hospital, al más cercano, tardaríamos varios días en llegar y en éstos momentos, si lo movemos, dudo que llegue vivo siquiera a la puerta.

Aparte, si intentásemos llevarlo a algún lado, llegase vivo o muerto sería lo mismo, ya que no sabemos nada de él y terminaría en una tumba sin nombre. Si no lo movemos, una ínfima posibilidad tiene – asiento.

— Yo lo cuidaré – le digo.

— Bien, yo intentaré venir todos los días a verlo para ver si mejora, éstos tres días son los más cruciales. Si los soporta, podemos ser optimistas, pero de momento, si eso no pasa y muere, no quiero que te sientas mal ni vayas a sentir culpa de nada. Le diste una oportunidad al encontrarlo y traerlo, se hizo lo que se pudo. Si no hubieras estado hoy en aquel acantilado, su destino ya había sido dictado. Lo hubiéramos encontrado de casualidad, muerto ya o se lo habría comido algún animal.

Te dejaré algunas medicinas que debe tomar en horario, éstas son para que las heridas, especialmente la de la pierna, no se infecten. Y éstas, – saca otro frasco – son por si tiene fiebre también, puedes utilizar paños mojados en cabeza, axilas e ingle. Puedes colocarle también sobre la herida de la pierna tus paños de hierbas desinfectantes, así como tus ungüentos para las heridas del resto del cuerpo y los que haces para el cuidado de la piel y se lo colocas en todos los lugares que estén quemados por el sol. Debes intentar hacerlo, tomar mucha agua, aunque en su estado actual, se te hará bastante difícil —.

— No importa, ya me las arreglaré – respondo confiada.

— Sí, ya te conozco, sé que lo harás – me dice con una sonrisa. — Mmmmm, ¿podría pedirte algo? - asiento.

— Me está quedando poco de tus medicinas y necesitaría algunas para mis pacientes que van a mi consultorio – sé a donde quiere llegar, tomo una gran bolsa y le hago un surtido de todo lo que tengo. Necesito retribuirle éste favor de alguna manera.

Después, siendo ya de noche, le digo de alcanzarlo en mi bicicleta hasta el pueblo, cosa que niega, me da un abrazo, me palmea el hombro, se despide hasta mañana y se retira a paso lento en dirección al pueblo.

Regresé al interior de la casa, fui a mi habitación y me aboqué al cuidado del muchacho que yacía sobre mi cama.

Tal y como dijo el médico, las primeras tres noches fueron las más difíciles. Las dos primeras tuvo muchísima fiebre, a tal punto, que como podía, lo cargaba y lo metía de lleno en la bañera, ya que los paños no me servían.

Con el mortero y agua, hacía un tipo de pasta con los comprimidos y se los iba dando de a poco tipo sopa con una cuchara. De la misma manera, intentaba darle agua.

También, curé todos los días sus heridas. Tuve que rasurarle la barba para que se me hiciera más sencillo esparcir mis ungüentos por su rostro. También lo higienizaba todos los días y utilizaba los pañales que habían quedado de mis padres más otros que le pedía al médico que me trajera.

Los pantalones de dormir mi padre le quedaban bastante cortos, pero por lo menos, no estaba desnudo.

Si bien, el muchacho pasó con dificultad esos tres días y el médico comenzaba a ser un poco optimista, yo comenzaba a dudar, ya que las semanas comenzaban a pasar y si bien, sus heridas prácticamente habían sanado, el muchacho no despertaba.

El médico me pedía paciencia, porque no se sabía cuanto tiempo había estado naufragando en el mar.

Llegando al mes y medio, todavía no despertaba, sin embargo, muchas veces tenía pesadillas, me recostaba a su lado, le acariciaba el cabello, le decía que se tranquilizara, que todo iba a estar bien o le cantaba y él, nuevamente volvía a su reparador sueño.

Si bien, seguía sin despertar, ya no necesitaba medicinas ni un cuidado extremo, así que por las mañana bien temprano, me iba a pescar o a cazar.

Esa mañana fue la sorpresa al llegar a mi casa y encontrar al extraño muchacho despierto, sentado en el sofá.

JHONATHANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora