XXV

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—Estoy esperando Shinichiro —El mencionado se encogió sobre su lugar, mirando el suelo como si no pudiera ver la cara de su amado. Se negó a moverse del suelo, permaneciendo de rodillas, aclamando perdón sin decir todavía las palabras

Con un suspiró tembloroso y con las lágrimas saliendo de sus ojos, se atrevió a mirarlo, un temblor sacudió su cuerpo y pudo jurar ver un destello de preocupación en los ojos de Wakasa. Cerró sus ojos dejando caer sus lágrimas y cuando los volvió a abrir, le contó todo lo que había pasado desde su ausencia.

Vio el rostro de Wakasa desmoronarse en terror, tristeza y, sobre todo, ira.

Le contó sobre lo que sucedió después de su partida, como cayó en depresión por saber que nunca lo vería de nuevo ya que aquel trato que hizo con los dioses no iba a funcionar porque cuando el regresara, el estaría muerto. Shinichiro lo sabía, es por ello que se encerró en su habitación por días, con el corazón roto, ignorando a todo mundo, a su pueblo que lo necesitaba, a sus sirvientes y ...a su propia familia.

Su encierro provocó que los altos mandos, lo destituyeran como el Shōgun y le dieran ese puesto a Mikey, sabía que aquellos viejos habían aconsejado a su hermano menor de la masacre, aprovechándose del resentimiento que tenía Mikey con los Junkei por aquel incidente cuando era niño.

Shinichiro dejó a su hermano caer en la oscuridad, los dejó solos a los tres. Sabía que era su culpa.

Le contó a Wakasa sobre su destitución, sobre los planes de Mikey y las trampas que realizaron para atacar y tener ventaja, tomando desprevenidos a los Junkei. Le contó sobre su maldición, sobre la ira de los dioses, sobre su raza siendo casi exterminada y desplazada, tratándolos como esclavos, manchando la majestuosidad que alguna vez tuvieron.

Shinichiro habló entre sollozos toda la historia, insultándose cada vez que podía, gritándole a Wakasa, que él mismo tuvo la culpa y que en todos estos años ha tratado de mejorar la situación, pero nunca ha podido hacer un cambio. Su hermano había ganado más fuerza en todos esos años, y él no podía hacer nada ya que siempre moría joven para volver a renacer en un bebé.

—¡Lo siento! ¡Lo siento, lo siento, lo siento! ¡Mi avaricia de estar contigo provoco esto, si tú no te hubieras ido... si yo no hubiera insistido en tener algo y hubiera aceptado mis responsabilidades como Shogun, esto no hubiera pasa...! —Un golpe en sus costillas lo calló y soltó saliva al ser tan repentino, logrando desestabilizarlo y derribándolo, Wakasa se subió sobre su regazo y le dio varios golpes en la cara.

Shinichiro escupió sangre y con sus ojos entrecerrados lo miró con tristeza, aunque le dedicó una sonrisa.

Se merecía eso y más.

Pero se quedó helado al sentir lagrimas caer en su rostro, alzó los ojos o lo que se podía de ellos ya que estaban hinchados y miró aquellos ojos violetas sollozar mientras enterraba sus uñas en el hombro del pelinegro. Shinichiro no dijo nada del dolor y solo miró a su ¿amante? Soltar esas lágrimas, su cuerpo temblaba y el pelinegro abrió la boca con sorpresa al sentir a Wakasa abrazarlo.

Shinichiro tembló, las lágrimas seguían saliendo, pero se quedó inmóvil, sin responder el abrazo. No merecía estar o respirar junto a Wakasa. Eventualmente, siempre hubo una diferencia, el rubio era un Junkei, sin olvidar que es el heredero de los Sandā y uno de los Junkei más poderoso de todos. Mientras que Shinichiro era un humano y aunque era de la realeza, pero eso no podía compararse con lo que Wakasa era.

Wakasa era...majestuoso, poderoso, hermoso...intangible. O eso era lo que pensaba el pelinegro.

—¿¡Por qué nunca me llamaste?! —Wakasa gritó con ira al volver a verlo. El pelinegro abrió la boca para responder, pero nuevamente soltó un jadeo de dolor al recibir un puñetazo en su abdomen—¡Te di mi maldito amuleto para que pudieras llamarme, estuve esperando para poder hablar contigo, pero nunca recibí una alerta del amuleto!

Henko; MitakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora