23. Sonreí como si estuviera ganando

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Javier estaba frente a mí. Creo que era la hora de las respuestas que tanto buscaba. Por fin todo se aclararía, y todo sería frente a frente.

Solo él y yo. Sin intermediarios.

—Javier —murmuré. Estaba a tan solo un paso de distancia, su respiración chocaba con la mía y nuestros ojos nerviosos se miraban entre sí.

Una débil lágrima salió y recorrió mi mejilla izquierda hasta caer al suelo.

—Lo siento... —dijo y por primera vez en mucho rato se mostró cabizbajo.

—¿Por qué? —Traté de encontrarle la mirada pero no cedía—. ¿Es cierto lo que me dijo Ramiro?

No contestó.

Aguardé unos segundos para volverle a preguntar.

—¿Es cierto?

—Sí.

Por fin me miró nuevamente, pero esta vez fui yo quien agachó la cabeza para no tener que enfrentarlo cara a cara y, que me rompiera frente a él y terminara en llanto. Pero el dolor era inevitable.

Se me apachurró el corazón y un nudo se apoderó de mi garganta, aun así, hablé:

—¿Por qué nunca fuiste claro conmigo?

Apretó los labios y vio mis lágrimas caer lentamente, si seguía así pronto se me quebraría la voz al igual que mi corazón.

—Por qué a pesar de que tú nunca sentiste nada por mí, permitiste que mis ilusiones siguieran creciendo...

—No lo sé.

—Tú me veías como un amigo, y yo comenzaba a verte como algo más, pero nunca hiciste nada por evitarlo. ¡Lo... lo disfrutaste! —Ahora si se me había quebrado la voz y hacía un esfuerzo por hablar y sonar claro—. Me humillé ante ti creyendo que algún día me lo compensarías. Pensando que todo podía cambiar por arte de magia y que cuando dieras el siguiente paso, todo sería diferente.

Respiré hondo para tomar algo de fuerzas.

—Pero no fue así.

Agachó la cabeza y se lamió los labios, y por primera vez no sentí ganas de besarlo. Se quedó en silencio, y yo tenía la necesidad de seguir hablando para saber si su rostro podía darme una respuesta.

—¿Alguna vez te has enamorado de alguien que no te ama? —pregunté y sorbí los mocos.

Suspiró antes de hablar.

—Lo siento. —Había pesadez en sus palabras.

—No. No es tu culpa. —Decirlo fue como tomar una cucharada de vinagre. Agrio.

El verdadero culpable había sido yo por creer en los cuentos que me armé en la cabeza. Por pensar que el amor que me inventé podría ser posible. Por dar mi máximo esfuerzo y a pesar de no ser reconocido, ahí estar siempre sin rendirme.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, y sabía perfectamente a lo que se refería.

Aguardé unos segundos y finalmente contesté:

—Porque te amé demasiado... —Tomé su mano y enseguida comenzó a desintegrarse.

Se esfumó en el aire tan pronto como lo toqué...

Me desperté con un gran suspiro y aferrado a la almohada. Mis ojos estaban inundadosde lágrimas y con lagañas debido al continuo llanto. La luz me caló y me cubrí el rostro con la mano, respiré profundamente y en pausa.

Me incorporé lentamente y me senté en la orilla de la cama. Miré el reloj de la mesita de noche y rodé los ojos. Faltaban cinco minutos para que sonara mi alarma.

Persona correctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora